Estambul junto a
Venecia encabezan mi lista de ciudades favoritas europeas.
Ambas son las dos caras de una misma moneda, pero que no pueden
coexistir a la vez. Es elemental, forman la cara A y la cara B
P, de una emoción o sentimiento personal e intransferible y me gustaría explicaros
porqué.
Venecia es el
amor, el deseo embriagador, el cuento de princesas, el tiempo
detenido en un profundo y largo beso. Es una de las ciudades donde me
sentí más enamorada y feliz, quizás por eso, he vuelto hasta 8
veces más y no me canso de ella. Me gusta su decadencia, sus
desconchados, su brillo y sus patinas. Venecia no es perfecta y
tampoco me gustaría si lo fuera. Me gustan sus imperfecciones, el
paso del tiempo y las huellas que le han hecho mella y le han
infringido carácter. Como debería ser el
amor, al fin y al cabo, cargado de sabiduría, indulgencia, defectos
y personalidad.
Venecia es también el
último baile que pude hacer con mi padre, en una noche de luna llena
en la Piazza San Marco (el mejor salón de baile del mundo),
mientras sonaban los violines del Café Florian. Aunque de
momento dejaremos guardado en el cofre de la memoria esos momentos y
nos centraremos en la otra cara de mi moneda viajera: Estambul, la
ciudad que lamentablemente ha salido últimamente en las noticias encabezando titulares atentado tras atentado.
Estambul es para
mí la ciudad de la pasión, la del fuego que corta la respiración,
que te hace temblar, vibrar y por qué no, perder la cordura aunque
sea ¡una vez en la vida! y para siempre.
Tal afirmación por
supuesto, va ligada a la experiencia personal, circunstancias y
hechos que como protagonista forman parte de mi vida. Corría el año
2001 y mi hermana Roser y yo, habíamos elegido Turquía
como destino para vacaciones, por aquél entonces viajábamos con
agencias de viajes “todo incluido”. En la reunión pre-viaje nos
dimos cuenta inmediatamente que éramos las únicas de menos de 60
años del grupo. Este dato que para muchos parecerá una “putada”
fue determinante para desarrollar un “segundo viaje paralelo” y
bastante al límite, del paquete de viajes que ofrecía la agencia.
El ritmo lento y reposado de nuestros compañeros "octogenarios" nos
daba a nosotras, el tiempo suficiente para deambular solas. Cuando
acababa la explicación de nuestro guía, nosotras desaparecíamos.
Cuando el grupo llegaba a las visitas, nosotras regresábamos, y así
poco a poco, fuimos descubriendo la Turquía que se escapa en los
viajes programados.
Entablábamos
conversación con la gente, los vendedores nos dedicaban sus mejores
sonrisas y cuando ya no quedaba nadie dispuesto a seguir con la
jornada, nosotras nos apuntábamos a un bombardeo. Fue así como
conocimos las discotecas de Capadocia, recordarme algún día
que os explique la aventura de “el copo”. Cuando llegamos a
Estambul como parte final del viaje, nos dimos cuenta que
debíamos volver y descubrir esa ciudad por nosotras solas. El
circuito sólo nos incluía un par de noches y era tiempo
insuficiente. Así que decidimos pasar ese mismo año las Navidades y
el Año Nuevo en Estambul, solas y por nuestra cuenta.
Recuerdo que en
septiembre estábamos montando el álbum de fotos del viaje a
Turquía, cuando en la televisión anunciaban el ataque de las Torres
Gemelas del World Trade Center de Nueva York. El atentado
y el miedo exacerbado de los medios de comunicación por todo lo que
olía a árabe, musulmán, minarete o mezquita, no nos frenó un
ápice y el plan original, siguió su curso. En aquella época solía
ir a un locutorio a conectarme a Internet y a chatear, sí, ahora
suena igual que cuando nuestros padres hablaban de lo bien que se lo
pasaban en los guateques, pero es que estamos hablando de 14 años
atrás y yo, ¡ya tengo una edad!
Planeta Dunia no existía
aún, pero sí la viajera, y estaba tan alucinada por las
circunstancias (me iba de viaje de nuevo) que lancé una pregunta al
ciberespacio: -¿Alguien de Estambul?
O quizás lo pregunté en inglés, ya no lo recuerdo con certeza,
pero era nuestro primer viaje en solitario en época Navideña y no
sé cómo, pero intuía que sería especial.
En el siglo XXI lanzar
una pregunta en un chat, es algo parecido a lanzar un
mensaje en una botella
al mar, pero en mi caso resultó. Un desconocido “levantó la mano”
- Yes, I'm Hayati... y fue entonces, sin saberlo, cuando comenzó a
crecer la semilla de “Estambul ciudad rebelde”. Las charlas
periódicas dieron paso a los correos electrónicos, los remotos
amigos por correspondencia
cambiaban de medio, pero no de esencia, y fue entonces como dos
completos desconocidos separados por idioma, cultura y religión
empezaron a descubrir el mundo del otro.
Cuando llegó el 22 de
diciembre del 2001 Hayati vino a buscarnos al aeropuerto con
un flamante BMW plateado con asientos de cuero negro, sí había conocido a
un turco por “correspondencia” y parecía que estaba bien
posicionado. Recuerdo que
durante el trayecto hasta nuestro hotel, ubicado en Çemberlitaş,
nos mirábamos de reojo como intentando descubrir a la persona que
durante aquellos tres meses había llenado de “cartas” el correo.
Descubrir una ciudad con un buen anfitrión hace que te sientas como
en casa, y depende como ¡hasta como un lugareño!. Así que por unos
días viví la sensación de que Estambul era mía y que, iba a amarla para
siempre.
Mi hermana y yo vivimos
las mejores Navidades aquel año, de ello se encargaron todos los
acontecimientos, experiencias y gente que con humildad, mente abierta
e ilusión encontramos en el viaje. Algunos de esos recuerdos
tuvieron lugar en:
Hotel Santa Sophia
Uno de los puntos clave
en el viaje fue alojarse en el Hotel Santa Sophia,
estábamos cerca del transporte público y del centro histórico de
Estambul: ¡la Mezquita Azul, el Hipódromo, Ayasophia... serían
nuestras!
Ismail Cile
atendía en recepción y fue el responsable de que acabáramos
chapurreando un poco de turco. Cada día nos enseñaba una palabra
nueva, so pena de no dejarnos subir a la habitación, y repasaba y se
aseguraba de que las palabras aprendidas en días anteriores
seguíamos recordándolas. Fue de esta manera como mi hermana y yo
acabamos decorando el árbol de Navidad del hotel y comiendo turrón
-que llevábamos de casa- con Ismail y su ayudante.
A Orillas del Bósforo
En aquella época, era el
lugar más auténtico para comer, junto a las barcas de pescadores,
con la Torre Gálata delante, la Süleymaniye Cami
detrás y el sonido del muecín llamando a la oración. En el año
2001 no existía aún los barcos decorados con dorados, ni los
camareros vestidos con chalecos y tocados con un fez encarnado, como existe ahora. Era
comer directamente un bocadillo con un enorme trozo de pescado y una
cebolla cruda sentadas sobre una caja de madera y a la intemperie por
menos de 1 euro. Mientras nubes aromáticas de especias del Gran
Bazar llegaban a pinceladas y el chapoteo del agua rompía contra el
Puente de Gálata y los embarcaderos.
Beber Raki
El Raki es casi la bebida
nacional de Turquía, es un licor de sabor anisado que se bebe
mezclado con agua. Para mí es como una patada de burra en el
estómago, pero para la mayoría de turcos es elixir de dioses. Si
vas a Estambul puedes finalizar la cena con un vaso, la mejor zona
que conozco para disfrutar de la gastronomía turca es Kumkapı;
el Barrio de pescadores, pero en la zona de Taksim también se
encuentran restaurantes donde los precios no son desorbitados. Con
Dôgan; el vendedor del Gran Bazar estuvimos en uno cerca del Çiçek Pasajı llamado Hisar
Restaurant donde probamos el
famoso raki.
Podría pasarme la vida
escribiendo historias, pero para un post ésto ya es más que
excesivo. Los atentados, los
accidentes aéreos, las guerras y el miedo no deberían condicionar
el mundo que vivimos. Por desgracia la fragilidad humana corre el
mismo peligro esté en un lugar que en otro. Sirva una vez más un
post de viajes escrito en Planeta Dunia para infundir valor, deseo de
viajar, curiosidad, anhelo por conocer culturas, ritos, lugares y
gentes que nada tienen que ver con nuestra zona de confort.
Si vais a viajar a
Estambul próximamente encontraréis “textos más adecuados” sobre lugares qué visitar
en Estambul y recomendaciones de viaje aquí mismo.
¡Seguid
viajando!