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Cruzando el arco de la torre norte comienza el viaje al corazón templario de La Couvertoirade |
La génesis templaria
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Vista panorámica antigua de La Couvertoirade |
La historia del lugar comienza en 1158, cuando Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, dona el Larzac a los caballeros del Temple. Estas tierras altas, estratégicas y agrestes, se revelaron idóneas para sus propósitos defensivos y espirituales. En 1181, Ricard de Montpaon cede su señorío en La Couvertoirade, que pronto se integra en el conjunto de encomiendas templarias junto a Sainte-Eulalie y La Cavalerie. La creciente influencia de los templarios inquietó al conde de Toulouse, quien en 1249 exigió —sin éxito— la devolución de esas fortalezas, temeroso de que escaparan a su control.
De templarios a hospitalarios
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Plano del recinto amurallado de La Couvertoirade |
La gloria templaria no duraría para siempre. En 1307, el rey Felipe IV de Francia, receloso del poder y de la fortuna acumulada por la orden, ordena la detención masiva de templarios. Cinco años más tarde, el Papa Clemente V decreta la disolución oficial de la Orden del Temple. Sus bienes son transferidos a los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, futuros Caballeros de Malta. A diferencia de sus predecesores, los hospitalarios imprimen a La Couvertoirade un carácter más comunitario y espiritual, manteniendo su importancia estratégica y religiosa en el corazón del Larzac.
La Cour Neuve
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La Cour Neuve es una plaza extramuros en uso desde el siglo XVII |
Frente a los imponentes lienzos de muralla que cierran el recinto de La Couvertoirade, se extiende La Cour Neuve, una explanada extramuros habilitada para el uso común desde el siglo XVII. Este espacio abierto se sitúa justo ante las fortificaciones levantadas entre 1439 y 1445 por los Caballeros Hospitalarios durante la Guerra de los Cien Años. Su objetivo era más disuasorio que ofensivo: proteger a la población frente a las incursiones de bandas armadas, sin renunciar a la vida comunitaria. Aquí se celebraban reuniones convocadas por los cónsules de la villa y se descargaban las mercancías llegadas en carruajes. Hoy, esta plaza sigue siendo un lugar de encuentro, un umbral entre la historia y la vida cotidiana que conserva su esencia de ágora rural.
Recinto amurallado de La Couvertoirade
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Parte superior de la Tour Raunier, vestigio defensivo del recinto amurallado |
La Couvertoirade conserva uno de sus mayores tesoros en piedra: un recinto amurallado íntegro, que desde el siglo XV protege a la población. Su construcción se inició en 1439 y se completó en 1445 bajo la dirección del maestro cantero Déodat d’Alaus, como respuesta al temor provocado por los “routiers”, grupos armados de mercenarios que saqueaban el Larzac desde 1346.
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El camino de ronda puede recorrerse parcialmente. Fotografía gentileza de Ángel Bigorra |
Con 420 metros de perímetro, muros de 1,30 m de grosor y hasta 12 m de altura, la muralla de La Couvertoirade está perforada por numerosas saeteras, algunas de ellas adaptadas para cañones primitivos —las llamadas troneras cañoneras o buhaderas. En lo alto, un camino de ronda permite recorrer unos 200 metros de su trazado original, accesibles entre marzo y noviembre desde el Punto de Información Turística ubicado en la Maison de la Scipione.
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La Tour de la Cambière, una de las torres conservadas de La Couvertoirade |
Desde allí, la vista se despliega sobre los tejados y los vastos horizontes del Larzac. El paso entre torres y lienzos se realizaba de forma continua mediante escaleras ocultas en el grosor del muro, una solución arquitectónica que garantizaba la defensa continua del recinto. Las torres, coronadas con matacanes, permitían verter sustancias ardientes o lanzar proyectiles desde lo alto sobre cualquier atacante. Hoy, aunque las almenas guardan silencio, aún evocan escenas de vigilancia, resistencia y comunidad.
Torre Norte – Porte d'Amoun
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La Torre Norte, de planta cuadrada, mide más de veinte metros de altura |
El acceso principal a La Couvertoirade se realiza a través de la Porte d’Amoun, nombre occitano que significa “Portal Superior”, con el que se conoce la entrada norte de la muralla. Este paso se abre al pie de una imponente torre cuadrada de más de veinte metros de altura, concebida tanto como punto de vigilancia como bastión defensivo. Su silueta robusta y sobria marca el umbral entre el mundo exterior y el corazón amurallado de la villa.
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Detalle de una saetera con tronera en la Torre Raunier |
La torre está coronada por matacanes, salientes de piedra desde los que se arrojaban toda clase de proyectiles de gran poder disuasorio. En sus muros pueden verse todavía las troneras de tipo bifurcado, con un orificio redondo pensado para disparar armas de fuego primitivas— que evidencian la evolución del armamento en la Edad Media. La Torre Raunier, situada en el ángulo noroeste, es una de las cuatro torres redondas mejor conservadas de La Couvertoirade y vigilaba ese punto clave del recinto fortificado.
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Una hornacina conserva la imagen de San Cristóbal, protector de los peregrinos |
Al pie de la torre se abre el acceso principal al pueblo, protegido por dos puertas en arco apuntado. Sobre el arco de salida se conserva una hornacina que alberga una imagen de San Cristóbal, patrón de la iglesia de La Couvertoirade, representado como el gigante que, según la leyenda, ayudaba a cruzar ríos a los peregrinos, llevando al Niño Jesús sobre los hombros. Esta imagen, visible aún hoy, simboliza la protección espiritual y la hospitalidad que este enclave ha ofrecido a lo largo de los siglos.
La escasez de agua en La Couvertoirade
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Imagen antigua de la “mare centrale” de La Couvertoirade con agua |
La defensa no fue la única preocupación de los habitantes de La Couvertoirade. En un territorio sin fuentes ni manantiales, la ingeniería hidráulica de la Edad Media alcanzó niveles de ingenio admirables. Las casas, con tejados de lajas de piedra —conocidas como lauzes—, canalizaban cuidadosamente el agua de lluvia hacia cisternas subterráneas excavadas en la roca. Incluso las cubiertas de las granjas y rediles se diseñaban como embudos de piedra, llamados toits-citernes, construidos para captar hasta la última gota de un recurso vital. Cada tejado era parte de un sistema colectivo de supervivencia, pensado para garantizar el abastecimiento incluso en las épocas más secas.
Una laguna interior
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Antigua "mare", hoy convertida en una apacible plaza con restaurantes |
Dentro del recinto amurallado de La Couvertoirade existió durante siglos un estanque de recogida de aguas pluviales, documentado ya en la Edad Media. Conocido como “mare intérieure” o "mare centrale", esta poza estaba rodeada de formaciones rocosas naturales y ofrecía una reserva de agua accesible incluso cuando las puertas del recinto estaban cerradas. Fue un recurso esencial para abrevar el ganado durante los asedios o los inviernos más duros. Su existencia refleja la capacidad de adaptación de los antiguos pobladores a un entorno tan austero como el del Larzac.
El castillo templario de La Couvertoirade
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El castillo templario de La Couvertoirade perdió su función estratégica en el siglo XV |
Antes de que existiera el pueblo, la iglesia o las murallas, solo estaba él: el castillo. Los caballeros templarios lo levantaron a finales del siglo XII sobre un promontorio rocoso que dominaba el paisaje, en las afueras del antiguo priorato de Saint-Christol, núcleo original del asentamiento. Esta primera fortaleza fue esencial para garantizar la defensa de los habitantes en un entorno expuesto, antes de la construcción del recinto amurallado en el siglo XV. Fiel a la lógica defensiva medieval: cuanto más alto, más difícil de asediar.
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El castillo conserva elementos notables como la barbacana |
Se accedía por una rampa protegida por una barbacana y una puerta ojival, coronada por una abertura defensiva desde la que se podían lanzar proyectiles al enemigo. A la izquierda, el torreón románico conserva aún sus contrafuertes y saeteras, vestigios de su antiguo poder militar. En el interior, un sistema de escaleras talladas en la roca, de peldaños anchos y planos —pensados para facilitar el paso de los caballos de los monjes-guerreros — conectaba las diferentes estancias abovedadas, distribuidas en varios niveles.
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Restos de los antiguos establos |
Desde la sala inferior con bóveda de cañón hasta los pisos superiores, iluminados por ventanas de arquillos y huecos defensivos, todo el edificio fue diseñado con una mezcla de funcionalidad y solidez. En una de las salas aún se conserva el brocal de la cisterna original. La terraza culminante, situada al sur, se apoya sobre un afloramiento rocoso que en su día sirvió de base a fortificaciones hoy desaparecidas. Tras una de las puertas de la muralla aún pueden verse restos de antiguos establos templarios, datados en el siglo XII.
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Imagen antigua de las ruinas del castillo templario de La Couvertoirade |
Cuando en el siglo XV se
construyeron las murallas que rodearon toda el burgo, el castillo perdió su función estratégica. Fue paulatinamente abandonado por los Caballeros Hospitalarios, herederos de los bienes templarios tras la disolución de la orden en 1312. Con el tiempo, muchas de sus piedras se reutilizaron para edificar las casas del
nuevo pueblo. Pese a ello, sus ruinas permanecen en pie como el el vestigio más antiguo de La Couvertoirade, eco pétreo de una época de fervor espiritual y defensa militar.
Iglesia de Saint-Christol
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Fachada de la iglesia de Saint-Christol, integrada en la muralla |
En el corazón de La Couvertoirade se alza, sobria y poderosa, la iglesia de Saint-Christol, construida por los caballeros Hospitalarios en el siglo XIV. No fue solo un templo espiritual, sino también parte esencial del sistema defensivo de la villa. Su cabecera plana de líneas rectas, orientada hacia el este, se integró perfectamente en el trazado de la muralla, y sobre el ábside se construyó una torre de vigilancia que fue desmontada en el siglo XVIII al descubrirse que el exceso de peso comprometía la estabilidad de la estructura.
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Nave única de la iglesia de Saint-Christol, con bóveda de crucería y muros de piedra |
Levantada parcialmente sobre un promontorio rocoso, su arquitectura aprovecha la geología del Larzac: el suelo es una roca hueca e impermeable que, durante siglos, funcionó como cisterna natural. En un entorno sin ríos ni lagos, esta peculiaridad geológica fue clave para que los templarios eligieran asentarse aquí. El agua que se acumulaba bajo el templo garantizaba la supervivencia.
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Clave de vuelta del coro del siglo XV |
Aún hoy, al pasear por la nave, se puede ver ese mismo afloramiento rocoso asomando entre los muros. Y si uno guarda silencio, comprobará que la piedra devuelve el sonido con un eco profundo, como si la iglesia aún conservara memoria de las oraciones pasadas. La iglesia tiene una única nave y muestra un estilo gótico austero, adaptado a la sobriedad monástica hospitalaria y al contexto rural del Larzac.
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Vidriera moderna de Claude Baillon de San Cristóbal y San Juan Bautista |
En el interior destaca la bóveda de crucería, sostenida por arcos apuntados, y una pequeña tribuna de madera sobre la entrada, desde donde los soldados también podían vigilar el acceso si era necesario. En una de las vidrieras del siglo XX puede verse la imagen de San Cristóbal y San Juan Bautista, y en otra, la Virgen con el Niño. Fueron creadas en 2005 por el maestro vidriero Claude Baillon, de Millau, que aportan una luz moderna al templo hospitalario.
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Imagen antigua del interior de la iglesia de Saint-Christol |
Pese a su simplicidad decorativa,
la iglesia conserva elementos significativos, como un retablo del siglo XVII, probablemente obra de talleres locales, y
una serie de piedras esculpidas que podrían haber formado parte de decoraciones
anteriores. Aún pueden verse marcas de cantero en los muros, y restos de
policromía en ciertas zonas del presbiterio.
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Estela discoidal con cruz griega |
En el interior de la iglesia de Saint-Christol se conservan dos estelas funerarias en forma de disco talladas en piedra caliza, de tonos gris claro, del siglo XV. Con base apuntada, posiblemente pensada para su anclaje en el suelo. Presenta una doble iconografía: en el anverso, una discreta cruz griega central aparece enmarcada por una corona concéntrica; mientras que en el reverso destaca una cruz de Toulouse calada, decorada con tres esferas en cada uno de sus brazos.
El antiguo cementerio de La Couvertoirade
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Placa en bronce con inscripción en occitano |
Junto a la entrada principal de la iglesia de Saint-Christol, se encuentra una placa en fundición de bronce del siglo XV que reproduce la inscripción que un día marcó el umbral del cementerio medieval: "Bonas gens que per aissi passatz, pregatz Dieu per los trespassatz", que significa “La gente buena que pasa, reza a Dios para que los cruce”. Esta exhortación en lengua occitana nos da la bienvenida a un camposanto peculiar.
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Estelas y lápidas en el antiguo cementerio medieval |
El trazado original del cementerio quedó dividido en dos por la construcción de la muralla en 1445: una parte dentro de la fortificación y otra fuera, tal como atestiguan los restos de su murete, aún visibles. Hoy ya no acoge sepulturas, pero conserva copias de estelas discoidales medievales, antiguas lápidas en forma de disco esculpido sobre un pie monolítico, típicos del sur de Francia.
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Reproducción de una estela discoidal medieval con la flor de lis |
Algunas de las piezas que pueden verse aquí no provienen de tumbas, sino de los campos cercanos, donde sirvieron como hitos para orientar a los caminantes del Larzac. Estas piedras guiaban a los viajeros entre los pastos y senderos del altiplano. Colocadas hoy en este recinto sagrado, se las protege del olvido… y del expolio. Muchas de ellas están grabadas con símbolos solares, cruces o motivos vegetales, que aún hoy suscitan preguntas sobre su significado profundo.
Torre Sur - Porte d’Aval
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Antigua imagen que muestra en pie la Porte d’Aval, hoy desaparecida |
Al sur del recinto amurallado se abre la Porte d’Aval, antiguo acceso gemelo de la imponente torre norte. En origen, este paso atravesaba también una torre defensiva, pero su silueta desapareció para siempre en 1912, cuando la estructura se desplomó sin remedio. Hoy, el acceso ha sido reconstruido, aunque sin aquella torre que una vez guardó la entrada. Cruzar esta puerta es abandonar la protección de la piedra para adentrarse en el paisaje del Larzac.
La lavogne
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Vista del lavajo de La Couvertoirade. Fotografía gentileza de Ángel Bigorra |
Si tomas el camino a la izquierda, allí donde termina el pueblo y comienza el dominio del viento y las ovejas, se extiende la lavogne (Lavajo en español): una gran balsa pavimentada construida en 1895 y restaurada en junio de 2009. Este inmenso estanque artificial recoge el agua de lluvia a través de un ingenioso sistema de canalización que parte de un depósito de decantación.
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Imagen antigua de un rebaño de ovejas calmando su sed en la lavogne de La Couvertoirade |
El suelo empedrado, dispuesto con cuidado, impedía que las ovejas resbalasen al acercarse a abrevar. Tras una epidemia de fiebre tifoidea en 1890, que causó 75 muertes, se decidió trasladar aquí la antigua mare que hemos visto que se encontraba en el interior del recinto amurallado de La Couvertoirade. Hoy, aunque ya no retiene el agua como antaño y las ovejas no pueden beber de ella, su presencia sigue narrando la historia de un Larzac pastoril, que supo domar la sequía con piedra e ingenio.
El molino de viento de Rédounel
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Molino de viento de Rédounel |
Y si alzas la vista hacia la colina, divisarás un molino de viento, de tipo torre. Un sendero en zigzag te guiará hasta él, regalándote una de las mejores panorámicas del pueblo medieval de La Couvertoirade y las vastas mesetas que lo rodean. Aquí, cada paso fuera de los muros prolonga la historia escrita entre sus piedras. A 808 metros de altitud, en lo alto del Mont Rédoun —una colina redondeada que domina el horizonte del Larzac— se alza el Moulin du Rédounel.
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Antigua imagen donde se ve el molino de Rédounel antes de su restauración |
Esta estructura singular, cuyo
origen se remonta al siglo XVII bajo la iniciativa del comendador Antoine de Paule, sustituyó a un molino
anterior del siglo XIV —el primero documentado del Larzac—, hoy desaparecido.
Con sus aspas abiertas al cielo, este molino de grano daba sustento a los
campesinos, evitando que recorrieran leguas hasta otros pueblos. Hoy, como
entonces, gira con el viento, rinde homenaje a la tierra y revive la memoria
agropastoril de los altos del Rouergue.
Las casas de La Couvertoirade: Le bourg
Dentro del abrazo pétreo de las murallas, las casas de La Couvertoirade son un ejemplo perfecto de arquitectura autóctona del Larzac, que han resistido al paso del tiempo y a la modernidad. Construidas en su mayoría entre los siglos XV y XVI, muchas reutilizan las piedras del castillo primitivo y de construcciones anteriores ya en ruinas. Sus tejados de lauze (piedras planas), sus ventanas en cruz y sus puertas con arcos conopiales evocan una época en que la solidez era belleza.
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Casas del burgo construidas entre los siglos XV y XVI con piedra local |
Algunas fachadas muestran aún pilastras acanaladas y frontones decorados con blasones del tiempo de Luis XII. Aunque los siglos hayan abierto brechas, derrumbado bóvedas o borrado coronamientos, el conjunto mantiene una armonía que convierte al pueblo en un ejemplo vivo de arquitectura medieval. Caminar por sus callejuelas es pasear por la historia.
Hôtel de Grailhe
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El Hôtel de Grailhe, del siglo XVII, con su portada de piedra tallada y un blasón heráldico |
El patrimonio monumental incluye además varios hôtels particuliers, viviendas señoriales que atestiguan la prosperidad de ciertas familias en la Edad Moderna. En pleno corazón de La Couvertoirade, entre muros de piedra caliza y silencio rural, se alza una noble residencia construida en el siglo XVII: el Hôtel de Grailhe. En aquella época, un “hôtel” no era un alojamiento para viajeros, sino la vivienda de una familia acomodada, símbolo de linaje y poder.
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Imagen antigua del Hôtel de Grailhe |
Ésta en particular fue mandada edificar por Jean-Antoine de Grailhe, cuyo apellido da nombre al edificio. Sobre la puerta principal, el escudo familiar —dos estrellas de cinco puntas, dos cornejas que se miran de cara (gralhas, como se decía en el Languedoc), un león rematado por una palmera— da testimonio del prestigio de sus moradores, aún hoy esculpido en la piedra como una firma del pasado.
Maison de la Scipione
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Vista antigua y actual de la Maison de la Scipione |
Levantada a finales del siglo XV o comienzos del XVI, esta distinguida vivienda noble —apoyada contra el propio lienzo de la muralla y orientada hacia la entrada principal del pueblo— es uno de los ejemplos más representativos de la arquitectura señorial de La Couvertoirade. Su nombre proviene de una viuda conocida como la Scipione, apelativo derivado de su marido, Scipion Sabde.
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Las mansiones más señoriales conviven con las casas más humildes |
Con el tiempo, la Maison de la Scipione fue embellecida con una torre y una gran ventana, señales inequívocas de la posición social de sus propietarios. Hoy, su planta baja, su antiguo establo, alberga el Punto de Información turística. Desde su último nivel se accede al camino de ronda, como antaño los vigías.
Rue Droite
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La Rue Droite sigue un trazado rectilíneo con casas medievales adaptadas a nuevos usos |
La Rue Droite es la única calle del pueblo donde aún se percibe una intención urbanística vinculada a la organización hospitalaria. Su trazado rectilíneo, insólito en este laberinto medieval, atraviesa el corazón del recinto y está flanqueado por casas que siguen el modelo arquitectónico típico del Larzac. Los antiguos establos abovedados del nivel inferior, hoy transformados en tiendas, restaurantes y espacios de acogida, conservan su rusticidad original.
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Las escaleras exteriores de piedra (lou balet) son típicas de Larzac |
Los característicos lou balet —escaleras exteriores de piedra adosadas a la fachada — son una de las señas de identidad de la arquitectura popular del Larzac. Su función era práctica y simbólica: permitían acceder directamente a las plantas superiores, donde se encontraba la vivienda, mientras que la planta baja se destinaba a establos o talleres.
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La ingeniería hidráulica se centraba en captar y almacenar agua pluvial |
En lo alto, bajo el tejado, se ubicaba el granero o el pajar, bien ventilado gracias a pequeñas aberturas. Estas construcciones, resistentes y funcionales, se adaptaban al relieve rocoso y a la vida rural. Muchas casas contaban con cisternas propias conectadas a canales de recogida de agua de lluvia.
Amuleto contra el mal de ojo
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La cardabelle es la flor típica que sirve de amuleto de protección |
Las puertas decoradas con cardabelle confirman que este pueblo sigue tan vivo como antaño. Esta flor, conocida como Carlina acanthifolia, es en realidad un cardo silvestre muy apreciado en los Grands Causses, donde simboliza tanto la protección del hogar como la conexión con la tierra. De aspecto solar, con sus brácteas abiertas en forma de rayos dorados y su centro espinoso, se cuelga tradicionalmente en las puertas como amuleto contra el mal de ojo y augurio meteorológico: sus “pétalos” se cierran con la humedad, anunciando lluvia.
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Un lugar donde todo parece real, incluso las ruinas |
Hoy, La Couvertoirade cuenta con apenas 25 habitantes permanentes en su núcleo amurallado y unos 200 en total, incluyendo los alrededores. Pero cada año recibe unos 150.000 visitantes. Un paseo por sus callejuelas, un instante de silencio en su iglesia de ecos templarios, una mirada al horizonte desde el camino de ronda, bastan para entender lo que Georgette Milhau describió como "un lugar donde todo parece real, incluso las ruinas".
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El tiempo parece detenerse entre muros que aún guardan la memoria del pasado |
En La Couvertoirade, el viajero no solo descubre una aldea medieval, sino que penetra en la memoria viva de una región que se resiste a olvidar su pasado. Y mientras el tiempo avanza fuera de estas murallas, aquí todo parece detenido: las casas, las torres, las piedras que aún susurran. Cada rincón invita a mirar con otros ojos, a escuchar con otros oídos. Es un lugar donde el silencio pesa, pero no oprime; donde lo auténtico se preserva no como reliquia, sino como forma de vida.
Dónde comer en La Couvertoirade: Auberge du Chat Perché
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El restaurante del Auberge du Chat Perché se encuentra en un antiguo establo |
El Auberge du Chat Perché está situado en una antigua bergerie, un redil donde antaño se guardaba el ganado, que ha conservado intactas sus sólidas bóvedas de piedra y el alma rústica de otros tiempos. Hoy, este espacio cargado de historia acoge a viajeros y gourmets en busca de sabores auténticos. Un sabroso olor a leña y parrilla da la bienvenida a los comensales, anticipando una experiencia gastronómica que conjuga la tradición del Larzac con una cocina hecha con el corazón.
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Pizarra de embutidos locales |
En el Auberge du Chat Perché, cada plato nace del fuego lento, del producto fresco y del saber hacer local. La carta —cuidadosamente elaborada con ingredientes ecológicos y de proximidad— ofrece desde parrilladas al fuego de leña hasta platos vegetarianos, sin gluten y postres caseros que están deliciosos. La terraza permite almorzar al aire libre, bajo la sombra de los árboles y envueltos por la magia de esta aldea medieval.
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Tempura ligera de verduras de temporada |
Empezamos nuestro festín con una tempura ligera de verduras de temporada, con brócoli, cebolla y zanahoria, crujientes y delicadas (12 €), y una pizarra de embutidos: con jamón del país, salchichón, terrina de campo (una especie de paté de carne contundente) y chorizo de Espelette (12 €). Como platos principales, también puedes disfrutar de unas chuletas, pierna o paletilla de cordero ecológico de Saint-Maurice-de-Navacelles, acompañadas de ensalada, verduras o patatas fritas caseras (25 €).
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L’Inattendue, propuesta gastronómica de inspiración hindú |
Por mi parte, acerté de lleno al dejarme tentar por L’Inattendue, una propuesta inesperada y sorprendente que me conquistó desde el primer bocado. Este sabroso viaje de inspiración hindú incluía una tarta salada de castañas con miel y cebolla, verduras salteadas con leche de coco y curry, un exquisito dhal de lentejas al estilo indio y una ensalada fresca con lombarda encurtida que aportaba el contrapunto crujiente y ácido (19 €). Un plato que me encantó no solo por su sabor, sino por su originalidad.
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Tarta de limón y merengue |
De postre, tuve la oportunidad de probar la tarta de limón y merengue (8’5 €), que logró conseguir un difícil equilibrio entre la acidez cítrica y la dulzura delicada del merengue tostado. La textura era ligera y el sabor, perfectamente armonizado, sin empalagar. Se sirve con una ración de nata montada casera, aunque en mi caso preferí degustarla sin ella. Un final refrescante para una comida que había comenzado con sabores intensos y terminó con una nota cítrica.