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#SaveAleppo: salvad lo que queda en Alepo

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50 libras sirias con la imagen de la Ciudadela de Alepo

“Un día pasado fuera de Alepo es un día que no cuenta en la vida”
(Dicho popular)

Hoy escribo desde el infierno, me acompañan 1.396 cadáveres desaparecidos en el mes de agosto, 497 en el mes de septiembre y que se unen a las 63.072 víctimas civiles del año 2013 y las 220.000 en el 2015. Cifras, meses y años ¡qué más da! Son ya 400.000 muertos los que me acompañan esta noche, muertos en una guerra civil que empezó en 2011. 5 años malditos de torturas, asesinatos y violaciones, pero queda gente viva en Alepo es lo único que queda por salvar de esta hermosa ciudad siria. Siria fue cuna de nuestra civilización y es por eso que se dice que “una humanidad culta pertenece a dos naciones, la suya propia y a Siria”.

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Ciudad Vieja de Alepo

Lo que no podremos salvar y perdimos para siempre

Siria, la magnífica Siria, bañada por el perfume a incienso de su vecino Líbano, los embriagadores aromas de los jardines de la mítica Babilonia del vecino Iraq, el olor a café que trajo Turquía, el sabor de la sal jordana y el azul del Mar Mediterráneo que se tiñe de rojo en los últimos años. Por su tierra pasaron sumerios, asirios, hititas, egipcios, fenicios, persas, griegos, romanos, bizantinos, cruzados y nabateos. La huella de nuestros antepasados desapareció barrida por las bombas, la locura y el hombre.

Las caravanas de la Ruta de la Seda llegaban a Alepo desde los cuatro puntos cardinales. Alepo, la segunda ciudad más importante de Siria, se extendía en una llanura fértil bañada por el río Eufrates y sus afluentes. A tan sólo 350 kilómetros se encuentra la capital, Damasco, pero todos los que llegaban hasta Alepo se rendían a la belleza de una ciudad construida en el III milenio a. C.

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Tiendas en el Zoco de Alepo

En el Zoco de Alepo estuvimos mi hermana y yo paseando entre calles adoquinadas, burros que transportaban cargas, vasos de té y asientos que aparecían y desaparecían frente a los puestos de cachivaches según se acercaban los compradores. Bajo unas bóvedas de piedra se extendían 12 kilómetros de tiendas abarrotadas de género y de vida, configurando uno de los mercados cubiertos más extensos del mundo. De la misma forma que hacía siglos se venía haciendo, el arte de la venta se mantenía en el Zoco de Alepo. No era tan sólo un intercambio de productos, era un lugar de trueque, de información, de conocimiento y de hospitalidad. Mesas de madera y nácar taraceadas, alfombras de lana tejidas a mano, objetos de latón, perfumes, jabones, tejidos naturales, manteles o túnicas bordadas eran realizadas por maestros artesanos y sus aprendices. Ya no quedan ebanistas, curtidores, sopladores de vidrio, plateros, ni orfebres trabajando en Alepo, están aquí conmigo, muertos.

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Vista aérea de la Ciudadela de Alepo

La Ciudadela de Alepo se levantaba en mitad del Casco Viejo de la ciudad sobre cuarenta metros de altura. Un acueducto de ocho arcos conducía a su entrada monumental. Era un ejemplo único de arquitectura militar árabe de la Edad Media que no ha podido proteger su bien más preciado; sus habitantes. Habitantes que recorrían kilómetros de callejuelas, entre zocos y caravansares de los siglos XV y XVI considerados uno de los conjuntos más importantes conservados del mundo. Las mezquitas, iglesias, madrasas y palacios de una de las ciudades más hermosas del mundo han desaparecido junto con todos los habitantes.

Alepo presumía de haber conseguido amalgamar en su población distintas etnias y religiones. Considerada una de las ciudades ininterrumpidamente habitada más antigua del mundo, fue refugio de la cultura y la música. Ahora sólo se oyen cantos de desesperación, sonidos de bombas y silbidos de bala. Su sociedad era diversa y tolerante hasta el punto de que en el siglo XIX la bautizaron como “París de Oriente”. #SaveAleppo, salvad lo que quede vivo.

Anécdotas de algunos de mis viajes “más peligrosos”


Hablar de anécdotas viajeras es hablar de situaciones divertidas, algo rocambolescas, pero en definitiva que acaban bien, afortunadamente y de momento. Algunas de las experiencias que recuerdo con más cariño sucedieron junto a mi infatigable compañera de mi viaje, mi hermana Roser. Creo que tenemos el don de vernos involucradas en este tipo de “fenómenos viajeros”. Cuando la mayoría de los medios de comunicación nos informan de lo mal que está el mundo y nos meten el miedo en el cuerpo, sigo intentando desde Planeta Dunia hablaros de lo vivido en esos países tachados de “peligrosos”. Por desgracia Yemen y Siria en estos momentos sufren una guerra, pero hubo un tiempo en que esos países vivían en paz. No hace falta que haya una guerra de por medio, para que el desconocimiento y el miedo se imponga en el mundo de los viajes. Todo es demasiado frágil y voluble, los acontecimientos mundiales afectan a la sociedad en la que vivimos. Detrás de cada viaje hay muchas personas anónimas que hacen que unas vacaciones se vuelvan inolvidables. ¿Quieres conocer a nuestros ángeles de la guarda?



Mi anécdota viajera en Yemen
Uno de mis preciados recuerdos viajeros ocurrió en Yemen, uno de los países más maravillosos que he tenido el placer de visitar y conocer. Fue un viaje muy especial, por la naturaleza del país, la forma de hacerlo y por lo que nos encontrábamos a cada paso. Una tarde que visitábamos con tranquilidad una de tantas localidades montañosas del Yemen, encontramos un grupo de mujeres (sin hombres a la vista) tapadas por completo con uno de esos velos negros tan llamativos a los ojos occidentales. No dejaban de observarnos con cierta curiosidad, al acercarnos un poco más a ellas, les saludamos en árabe y enseguida se acercaron a hablar con mi hermana y conmigo. Es una de nuestras “habilidades viajeras”, intentamos aprender unas cuantas palabras de cortesía en el idioma del país que visitamos y después cuando entablan conversación con nosotras, lo flipamos en colores. Como el día que nos preguntaron donde se encontraba una calle en Ammán como si fuéramos jordanas. 



Sentíamos tanta curiosidad por lo que nos trataban de contar y ellas tanto interés por entablar conversación, que los gestos y las palabras en varios idiomas nos sabían a poco. Minutos más tarde se habían añadido más mujeres y montones de niños, era una fiesta. Con gesto decidido una de las mujeres nos señaló su huerto y nos ofreció comer unos higos chumbos que se apresuró a pelar para nosotras. Entonces recordé que unas horas antes habíamos comprado una bolsa de galletas locales y las saqué de mi mochila para compartirlas con nuestro pequeño grupo yemenita, improvisando una merienda campestre en Yemen. ¡Con la que está cayendo ahora por esa tierra, maldita guerra!


El guía local de Ambar Viajes se acercó para decirnos que debíamos irnos. Las mujeres al ver que era yemenita y hablaba nuestra lengua le preguntaron por lo que acababa de decir y le pidieron que por favor les hiciera de intérprete. Querían invitarnos a su casa, enseñarnos donde vivían y a tomar un delicioso té yemenita. Tras poner unos ojos como platos (en mi interior estaba dando saltos de alegría y gritando “por fa, por fa mami, déjame ir”) intercambiaron una parrafada que no entendimos y el guía muy serio nos dijo: -Es una gran oportunidad para ustedes entrar en una casa de Yemen. Les dejaremos un jeep con chófer en la puerta, tomen el tiempo que necesiten, él esperará el tiempo que sea necesario, pueden estar tranquilas. Aún pienso cómo pudo ser, cómo sucedió, si salté o grité de júbilo.


Nuestro viaje al Yemen sigue vivo en lo más profundo de nuestro corazón gracias a la gente que fuimos encontrando en el camino. Aquella tarde sigue presente en la memoria, algo caprichosa y selectiva. En la intimidad de su casa aquellas mujeres se sacaron el velo y nos mostraron sus rostros, los más bellos del mundo. Bailamos al son de la música sobre una estancia forrada de alfombras, bebimos té mientras nos mirábamos las unas a las otras y reíamos ¡era tan extraño que estuviéramos allí! Recorrimos estancia por estancia aquella casa-torre de las montañas del Yemen, nos mostraron cada pequeño detalle de su vida. La cocina, la despensa, como funcionaba el agua corriente, aquella tomatera que tenían plantada en lo alto de su casa y el resto de plantas, las vistas y el paisaje. Nos enseñaron hasta su querida vaca que estaba descansando en el establo, orgullosas de semejante tesoro (nosotros quizás les hubiéramos enseñado el coche, somos unos pobres imbéciles), pero ellas eran las reinas de la casa, de eso podéis estar seguros. Para ellas era un honor recibirnos, pero el honor y la fortuna fueron nuestras. Un pedacito de mi corazón se quedó en Yemen, en aquella casa de las montañas y sigue sufriendo cada vez que recuerda que viven una guerra sin ningún sentido, al menos, un sentido suficientemente humano para mi alma.



Mi anécdota viajera en Siria
El año que viajé a Siria, los “grandes” Estados Unidos de América (que “extrañamente” están metidos en todas las guerras) había declarado a Siria el “Eje del Mal”. Las Torres Gemelas habían sido abatidas y parecía que se obstinaban en encontrar un culpable para eliminarlo con toda la tecnología ciencia-ficción de la que disponen (es raro que tarden tanto en acabar con un puñado de talibanes que visten turbante ¿verdad?) -píldoras irónicas gratis-. En aquel viaje por tierras de Oriente Medio el único mal que encontré fue el caos del Aeropuerto Internacional de la Reina Alia de Ammán y el abandono “literal” por parte del guía local de Marsans, que tenía una fiesta de cumpleaños y se largó antes de llegar a los mostradores de Royal Jordanian Airlines. Para cuando nos quisimos dar cuenta, mi hermana y yo estábamos sufriendo nuestro primer overbooking (y de momento el único) que retrasó nuestro viaje 4 días. 


Pero esa no es la historia que os quiero contar, mi anécdota preferida transcurre en la maravillosa y actualmente bombardeada ciudad de Aleppo. En Aleppo vivimos muchas aventuras, como la de comprar una mesa taraceada en el Souk (mercado), mientras regateábamos, por invitación expresa del vendedor, sentadas en unos taburetes de plástico en mitad de la calle del mercado. Mientras bebíamos un té los burros pasaban detrás nuestro cargados de mercancía. O la fantástica noche veraniega frente a la Fortaleza de Aleppo iluminada mientras fumábamos una pipa de agua. ¡Dios, qué ciudad más hermosa! 


Aquella tarde habíamos tenido la gran suerte de entrar en un auténtico hammam. Como os podéis imaginar viajar a Siria en el año 2003 era viajar a un país poco masificado por turistas. En aquel hammam femenino de techos de madera con incrustaciones de nácar y suelos de mármol, nos sumergimos por un instante en los harenes del Imperio Otomano del siglo XVI. Aquella atmósfera caliente y húmeda de las salas, levemente iluminada y alegremente alborotada, reunía a un buen número de rechonchas mujeres, ataviadas con un ligero lienzo a modo de toalla que se aferraba a los pliegues de la piel por su propia humedad. Nunca había visto tanta cantidad de carne femenina al aire. El tamaño de aquellas mujeres sirias que atendían en los “masajes era considerable y nunca me sentí tan ligera que con los giros que me daban sobre el suelo de mármol de la sala caliente. Mientras me dejaba hacer y manipular (cualquiera les plantaba cara), me restregaron todo el cuerpo con una áspera esponja jabonosa hecha de hilo de esparto o similar que nos habían dado en la entrada. No entraré en más detalles que este post ya es bastante raro de por sí, pero no os podéis imaginar lo sucios que vamos los occidentales por el mundo. ¡Menudo peeling salvaje me hicieron! una exfoliación en mayúsculas, like hamburguer! vuelta y vuelta. 


Después de aquella paliza exfoliadora y tonificante nos invitaron a beber té en una sala donde reposábamos envueltas en toallas y en felicidad. Hoy me parece un recuerdo tan lejano en el tiempo como irreal, no puedo dejar de preguntarme si toda aquella gente que me encontré sigue viva, como la pequeña niña siria que le dijo a su mamá que quería hacerse una fotografía con nosotras y tras pedírnoslo, posó con nosotras con una gran sonrisa. Estaba tan contenta de ver que en el hammam de su ciudad había mujeres extranjeras que no pudo evitar sentirse orgullosa. Así es como posamos para una fotografía en Oriente Medio, vestidas sólo con una toalla.

Dadas las características de las anécdotas no dispongo de las fotografías de los momentos más top ¡ya me gustaría!. Además la calidad de las imágenes que acompañan el post no es la que habitualmente me gusta utilizar, pero la cámara fotográfica en Siria era analógica y la del Yemen era mi primera digital; una Kodak DX3900 de 3.1 megapíxel.


Si te gustan las anécdotas viajeras te invito a leer: Anécdotas de algunos de mis vuelos.

Las 5 carnicerías más impresionantes del mundo


Uno de los lugares que siempre me gusta visitar cuando viajo, son los mercados. Independientemente de su colorido, del bullicio y del contacto con la gente, los mercados reúnen una variopinta muestra de la sociedad del país que se visita, pero también dan mucha información sobre la cultura y la vida de ese país.

Tomándome un tiempo para reflexionar, sobre de lo qué quería escribir hoy (así me va con el posicionamiento de Google y las visitas) he decidido mostraros algunas de las carnicerías más curiosas que he visitado. Y como una vez me aconsejaron que para recibir más visitas en el blog, hay que hacer listas y poner títulos en plan ranking, pues aquí va:

Las 5 carnicerías más impresionantes del mundo

1.- Siria
La primera carnicería que viene a mi memoria, es una carnicería que estaba situada cerca de la Ciudadela de Damasco. Mi hermana y yo nos habíamos aventurado por las callejuelas de detrás del Al-Hamidiyya Souk; el zoco cubierto de la capital de Siria, y descubrimos -en una de esas escapadas que solemos hacer fuera del circuito turístico- una carnicería con cabezas de camello colgadas en la puerta como si de un gran embutido se tratara. El resto de la carnicería tampoco tenía desperdicio, menos carne de cerdo, allí se podía encontrar de todo.

2.- Yemen
La segunda de mi lista, sin duda es, para las improvisadas carnicerías que se abren en la calle principal de Shaharah; una población situada al noroeste del país. Destaca por el rocambolesco acceso y por la cercanía de los vendedores y la naturalidad con la que viven a diario su labor. Shaharah se encuentra en lo alto de unas montañas, es necesario contratar los jeeps de los clanes yemenitas para poder llegar hasta ella. La calle sirve de mercado, la pared y el suelo de tienda, un trapo de expositor, y la docena de hombres que venden carne lo hacen con una sonrisa y con orgullo, ¡imposible olvidarlo!

3.- Malí
En el Mercado de las mujeres de Mopti parece que los hombres mantenían el monopolio de las carnicerías. Las mujeres se dedicaban a vender frutas y verduras, pero quien ostentaba la venta en la carnicería eran los hombres. Ésto no me sorprendió tanto como el hecho de ver las cabezas de los bueyes cortadas ¡con cuernos y todo! y mostrando los sesos sangrientos del animal; listas para vender. Algún enorme hígado, algunas vísceras amontonadas en un lado de las tablas de madera que hacían las veces de mostrador, y yo preguntándome, dónde estarán los grandes bistecs o la tierna pechuguita de pollo.... aix.

4.- India
Esta la incluyo como la nube de moscas más negra y ensordecedora que haya visto instalada en una carnicería. La curiosa parada de carne, no osaría llamarla carnicería, se encuentra a los pies de la gran escalinata de la Jami Masjid; una de las mayores mezquitas de la India, situada junto al Chandni Chowk el mercado más antiguo de Old Delhi. Si antiguo es el mercado; vieja era la carne, patas y cabezas de cabra con todos sus pelos, eran el producto estrella del día. De verdad que aquel día decidí hacerme vegetariana, no me duró mucho....

5.- Laos
Laos es uno de los últimos destinos descubiertos el año pasado. Me sorprendió la... digamos prolongación del término carnicería. A nuestro típico pollo, cerdo, cordero, ternera y pavo, hay que sumar la carne de serpiente, sapo, grillos, tortugas y roedor; una extensión algo peculiar sobre el concepto “carnicería” (algunos aseguraran que estos productos corresponderían más al monopolio de la pescadería, no digo que no ¿eh? Vete tú a saber) pero es que no podía dejar de incluir Khoua Din Market; uno de los mercados de Vientiane, en mi TOP 5 de las carnicerías más impresionantes del planeta.

(Ahora viene cuando se disparan las visitas ¿no?)

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