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Monasterio de Santa María de Ripoll: Joya del románico catalán

Ripoll
El Monasterio de Santa María de Ripoll es un emblema del arte románico catalán

En la confluencia de los ríos Ter y Freser, al abrigo de las montañas del Pirineo catalán, se erige el Monasterio de Santa María de Ripoll, una joya arquitectónica y espiritual que ha sido testigo de más de mil años de historia. Su fundación, hacia el año 879, estuvo estrechamente ligada a la figura del conde Guifré el Pilós (Wifredo el Velloso), el artífice de la repoblación del territorio tras la reconquista de las tierras catalanas.

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El pórtico se ha protegido con cristales para frenar el deterioro de la portada románica

Para materializar su visión, Guifré confió la creación del cenobio al sacerdote Daguí, quien se convirtió en el primer abad del monasterio entre 879 y 902. En un principio, las modestas edificaciones fueron reemplazadas por un templo consagrado solemnemente en el 888 por el obispo Godmar, en presencia del propio Guifré (c. 840-†897) y su esposa, Guinidilda de Ampurias (*-†900). Este primer templo, dedicado a Santa María, marcó el inicio de una historia que pronto posicionaría a Ripoll como un referente religioso, cultural e intelectual

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Galería del claustro románico

La expansión y consolidación del monasterio se aceleraron durante los siglos X y XI, gracias al patrocinio de los condes de Besalú y Cerdaña y también al impulso de abades visionarios como Arnulf (938-970), Guidiscle (970-979) y el célebre Oliba (1008-1046). Bajo su dirección, el monasterio experimentó importantes transformaciones, incluyendo la construcción de una basílica de cinco naves y siete ábsides, una disposición que lo diferenció entre los cenobios de la época. 

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Galería del claustro de época gótica

No obstante, la importancia de Ripoll no se limitó a su imponente arquitectura. Desde sus primeros siglos, el monasterio se convirtió en un centro de formación religiosa y cultural. Su scriptorium y su incipiente biblioteca atraían a estudiosos de toda Europa, consolidando a Santa María de Ripoll como un faro del saber medieval.

La portada: un triunfo del arte románico catalán


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Vista de la portada de Santa María de Ripoll

La portada de Santa María de Ripoll constituye una obra maestra de la escultura románica, donde la piedra sirve para narrar episodios bíblicos, historias de santos y alegorías profundas. Enmarcada entre las torres campanarios, esta monumental composición se alza como un arco de triunfo, concebido por manos anónimas pero dotadas de una habilidad extraordinaria. El conjunto escultórico, tallado en piedra de gres local, está estructurado en tres niveles horizontales delimitados por columnas y decorados con frisos que dan paso a siete registros de escenas.

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El Cristo en Majestad de la portada de Santa María de Ripoll

Estas abarcan desde pasajes históricos y bíblicos hasta simbolismos de virtudes y vicios, todo ello engarzado en una narrativa que fusiona lo espiritual y lo cotidiano con maestría. En el centro, un Cristo en Majestad preside la composición, rodeado por los cuatro evangelistas y aclamado por los veinticuatro ancianos del Apocalipsis. Desde este punto central se despliega una serie de episodios en los que se representa la intervención divina en la historia del pueblo elegido. 

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Escenas de la vida de San Pablo en la portada de Santa María de Ripoll

Por ejemplo, Moisés aparece abriendo el Mar Rojo y guiando a los israelitas a través del desierto, mientras la lluvia del maná y el agua brotando de la roca simbolizan la infinita bondad de Yahvé. En las arquivoltas que enmarcan la puerta, se esculpen escenas de gran intensidad simbólica. En una de ellas, los profetas Jonás y Daniel prefiguran a Cristo mediante episodios como la salvación del profeta Daniel en la fosa de los leones. 

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Detalle del friso y los capiteles de la portada de Santa María

Otra arquivolta destaca por narrar los milagros y el martirio de San Pedro y San Pablo, ambos representados también en las estatuas columna que sustentan el conjunto. Los montantes laterales de la puerta muestran un calendario agrícola en el que los meses del año se asocian a labores como la siega, la vendimia y la matanza del cerdo, escenas que conectan lo divino con el ciclo vital de los hombres.

Una narrativa visual cargada de simbolismo 

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Cristo entre cuatro músicos sobre una escena de la vida de Daniel

En los registros superiores, destacan las figuras de Moisés y David, gobernantes y guías espirituales que simbolizan el liderazgo y la protección divina. En las escenas de David, el traslado del Arca de la Alianza o la coronación de Salomón subrayan la legitimidad del poder religioso. Además, las imágenes de luchas evocan las cruzadas y la Reconquista, vinculando la epopeya bíblica con los acontecimientos históricos del siglo XII. 

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Cristo ofrece la Ley a Moisés y Aarón sobre una escena de la vida de Daniel

El friso superior culmina con los veinticuatro ancianos del Apocalipsis, mientras que la figura central de Cristo en Majestad subraya el mensaje redentor que atraviesa toda la portada. Las inscripciones latinas, aunque en gran parte desaparecidas, refuerzan esta lectura, combinando el simbolismo espiritual con alusiones al contexto político de la época.

Ramon Berenguer IV
Retrato de Ramon Berenguer IV por Juan Amills (1854)

La construcción de esta magnífica obra se sitúa entre 1140 y 1160, durante el reinado de Ramon Berenguer IV (c. 1113-†1162), benefactor del monasterio. Su diseño parece haber sido inspirado en las miniaturas de las Biblias monásticas, trasladando a la piedra la riqueza narrativa de estos manuscritos. Aunque el paso del tiempo ha dejado cicatrices, la portada sigue siendo una joya única del románico catalán, testimonio de la fe, el arte y la historia de toda una época.

La Basílica de Oliba


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Nave central de la basílica

Sobre los sólidos cimientos ya establecidos por generaciones previas, Ripoll alcanzó su máximo esplendor bajo la dirección del abad Oliba, entre el año 1008 y 1046, descendiente directo de la estirpe condal de Cerdaña y Besalú. Oliba (971-†1046), bisnieto de Guifré el Pilós, renunció a sus títulos como conde para abrazar la vida monástica en Ripoll, donde fue elevado a abad y más tarde a obispo de Vic. 

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Adosadas a los pilares de la nave central se pueden ver varias urnas sepulcrales

Con un espíritu visionario y un profundo amor por el monasterio que su familia había engrandecido, Oliba dejó una huella indeleble en la basílica, transformándola en un majestuoso símbolo de fe y devoción. En el año 1032, tras doce años de labor ininterrumpida, la basílica fue solemnemente consagrada en una ceremonia presidida por obispos, abades y nobles, que reafirmaron los privilegios del monasterio. 

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Pila bautismal

Bajo la meticulosa dirección del abad, se completó un diseño inspirado en las basílicas cristianas tradicionales. El edificio se amplió con un transepto monumental coronado por siete ábsides y una fachada con dos imponentes campanarios simétricos, que añadían majestad al conjunto. La estructura, de 60 por 40 metros, destacaba por sus formas austeras y sólidas, embellecidas únicamente por arcuaciones ciegas y lesenas en los muros exteriores.

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Detalle del Altar Mayor de la basílica del Monasterio de Santa María de Ripoll

El interior del templo albergaba un santuario en el transepto, cuya área central estaba decorada con un mosaico realizado por el monje Arnau. Este mosaico, una obra maestra del arte medieval, combinaba círculos geométricos con motivos florales, animales fantásticos y peces en colores vibrantes. Los altares de las absidiolas, dedicados a santos como San Poncio, San Rafael, San Jorge y San Benito, estaban revestidos con frontales de orfebrería, destacando el altar mayor, dedicado a Santa María.

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Dos imágenes antiguas del ciborio del Altar Mayor a principios del siglo XX

Este altar, un verdadero tesoro, estaba compuesto por un entablamento de jaspe, un frontal de oro adornado con piedras preciosas y esmaltes, y un baldaquino de columnas revestidas de plata cincelada. Con el paso de los siglos, la basílica experimentó nuevas transformaciones. En el siglo XII, se reemplazaron las cerchas de madera por bóvedas macizas y se añadieron elementos románicos, como la grandiosa portada historiada y una nueva galería en el claustro.

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Vista del interior de la iglesia antes de su restauración (1879)

Bajo el abadiato de Ramon de Vilaregut (1300-†1348), entre el año 1280 y 1310, se construyó un atrio conocido como galilea, que funcionaba como espacio funerario, albergando tumbas suntuosas a ambos lados de la portada. El terremoto de 1428 dejó su huella en la basílica, provocando el derrumbe de la bóveda mayor, que fue reconstruida con bóvedas de crucería.

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Vista del interior de la iglesia antes de su restauración (1879)

A pesar de las pérdidas sufridas a lo largo de los siglos, como los espléndidos frontales de oro y plata descritos en los inventarios medievales, fragmentos del mosaico original, bases de columnas y claves de bóvedas góticas aún pueden contemplarse en el lapidario del monasterio y en el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Estos vestigios son testimonio de la grandeza y la devoción que caracterizaron la obra del abad Oliba y de los que lo sucedieron, elevando a Ripoll como un centro espiritual y artístico incomparable en su época.

Los Sepulcros Condales

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Lápida sepulcral del obispo Josep Morgades

El Monasterio de Santa María de Ripoll fue durante siglos el panteón del linaje condal de Cerdaña-Besalú, que dio origen a los condes de Barcelona. Aquí reposaron figuras ilustres que, generación tras generación, contribuyeron a la grandeza de la abadía. Guifré el Pilós, fundador de esta tradición, fue enterrado en el 897 frente a la puerta del dormitorio monástico.

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Sepulcro del obispo Radulf

Junto a él, descansaba su hijo Radulf (c. 885-†942), obispo de Urgell. Sus restos, exhumados en el siglo XIX, se encuentran hoy en un arca en el crucero de la basílica. Otros miembros del linaje también tuvieron sepulturas destacadas: Miró, conde de Besalú (878-†927), junto con su hijo, el obispo Miró de Girona (c. 920-†984); la condesa Ava de Cerdaña (c. 900-†962), esposa de Miró; y los hijos de Guifré, como Sunyer I (c. 890-†950), conde de Barcelona, y Seniofred (c. 880-†945), conde de Urgell.

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Tumba modernista del conde de Besalú, Bernat Tallaferro

Uno de los sepulcros más emblemáticos es el de Bernat Tallaferro (c. 970-†1020), hermano del abad Oliba, cuyos restos fueron trasladados en 1878 a un arca que hoy se encuentra en la nave central. Este mausoleo familiar incluía a su hijo Guillem I de Besalú (*-†1052) y a su nieto Bernat II (*-†c. 1097), el último conde de Besalú, que también fue enterrado en el monasterio, aunque su tumba no se ha conservado.

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Sepulcro de Ramon Berenguer III, el Grande

El siglo XII marcó la llegada de los condes de Barcelona al panteón. Ramon Berenguer III (1082-†1131), reposa en un sarcófago decorado con relieves que narran su muerte y ascenso al cielo. Su tumba fue restaurada a finales del siglo XIX y ocupa un lugar destacado en el crucero sur de la basílica. Ramon Berenguer IV, conocido como "el Santo", murió en 1162 y, aunque su tumba fue saqueada en 1794 y sus restos destruidos en 1835, un cenotafio honra su memoria en el transepto norte.

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Cenotafio de Ramon Berenguer IV, el Santo

La restauración del monasterio permitió recuperar y reubicar varias sepulturas condales, como las urnas modernistas de Bernat Tallaferro y Radulf, hijo de Guifré, que hoy se encuentran adosadas a los pilares cercanos al presbiterio. Aunque los ataques franceses y los incendios del siglo XIX destruyeron gran parte del patrimonio funerario, el monasterio de Ripoll sigue siendo un símbolo de la memoria de los condes catalanes y su legado.

Necrópolis del Monasterio de Santa María de Ripoll


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Vista de varias tumbas en la Necrópolis del Monasterio de Santa María de Ripoll

La necrópolis del monasterio de Ripoll constituye un legado arqueológico de relevancia excepcional, tanto por su complejidad funeraria como por su conexión histórica con el pasado románico del lugar. Este espacio alberga 65 sepulturas que datan de épocas paleocristianas y altomedievales, abarcando un amplio periodo que va desde los siglos VI-VII hasta el XI. Situada en el subsuelo de la cabecera de la iglesia, entre el ábside central y el brazo oriental del transepto, la necrópolis destaca por la diversidad de estilos funerarios, que incluyen fosas simples, túmulos, sarcófagos antropomórficos y sepulcros realizados con losas de piedra.

El claustro


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Vista de la galería románica

El claustro del Monasterio de Santa María de Ripoll es un testimonio arquitectónico que combina el románico y el gótico, reflejando las diferentes etapas constructivas del conjunto monástico. Aunque las primeras edificaciones monásticas datan de tiempos del abad Arnulf, realizadas entre el 938 y el 970, no se han conservado restos de aquel primer claustro. 

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Detalle de una pareja de capiteles de la galería románica

Lo que vemos hoy es fruto de diversas intervenciones a lo largo de los siglos, comenzando en el período románico y culminando en el gótico tardío, configurando un espacio unitario y armónico. La galería románica, situada en el lado norte y próxima a la basílica, es la más antigua. Data de la época del abad Ramon de Berga, entre 1172 y 1206, y se distingue por sus trece arcos semicirculares decorados con molduras de motivos vegetales y testas humanas en sus intersecciones. 

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Vista de la galería norte del claustro antes de su restauración (1879)

Los capiteles, de factura desigual, presentan un rico repertorio iconográfico: animales enfrentados, entrelazados de inspiración carolingia y variantes del capitel corintio, mostrando la influencia de los bestiarios medievales. Estas columnas dobles descansan sobre bases sólidas y están coronadas por ábacos profusamente decorados.  

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Capiteles decorados con motivos foliáceos y el escudo de Cataluña

En el siglo XIV, bajo el abad Galceran de Besora (1380-1383), se añadió una galería superior a esta crujía románica. Los artistas encargados reprodujeron las proporciones originales, pero con mayor libertad ornamental, añadiendo detalles en los capiteles y ábacos, como motivos foliáceos y el escudo de Cataluña. Fue también Besora quien construyó una capilla en honor a San Macario al final de la galería.

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Capiteles con una pareja de tritones y la cena de San Benito y Santa Escolástica (siglo XIV)

El impulso definitivo en la construcción del claustro llegó con el abad Ramon Descatllar (1384-1408), quien supervisó la edificación de las galerías restantes. En el lado noreste, la intervención comenzó en 1390 con la participación del maestro cantero Pere Gregori y el escultor Jordi de Déu. Posteriormente, la galería sudeste fue completada en 1401 bajo la dirección de Pere Mieres, maestro mayor de Girona. 

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Vista del jardín del claustro desde la planta superior

Estas nuevas galerías imitaron el diseño románico de la galería norte, pero los artistas introdujeron elementos distintivos del gótico en los capiteles y ábacos, enriqueciendo el conjunto con figuras humanas, vegetales y heráldicas. El claustro superior, construido entre finales del siglo XV y principios del XVI, concluyó la estructura trapezoidal del espacio. Aunque las galerías superiores replican las proporciones y el estilo de las inferiores, algunas decoraciones muestran influencias renacentistas, especialmente en los capiteles de la galería sudeste, finalizada en 1509.

El Scriptorium Medieval


Biblia de Rodes
Detalle de la Biblia Sancti Petri Rodensis de Remigius Autissiodorensis

El scriptorium del monasterio de Ripoll fue uno de los epicentros culturales más destacados de la Europa medieval, especialmente entre los siglos X y XII. En este espacio, los monjes no solo copiaban manuscritos, sino que daban vida a auténticas obras maestras, como las célebres Biblias de Ripoll y de Rodes o Biblia Sancti Petri Rodensis, consideradas hitos del arte de la miniatura. Ripoll se convirtió en un crisol de saberes gracias a su estratégica ubicación entre Al-Ándalus y Francia, lo que permitió el intercambio de conocimientos procedentes del mundo árabe, carolingio y latino.

Ripoll
Detalle de la Biblia de Ripoll

El scriptorium también funcionaba como una escuela en la que los monjes recibían formación en las siete artes liberales: el trivium (gramática, lógica y retórica) y el cuadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía). La riqueza y diversidad de los textos allí producidos reflejan esta formación, que abarcaba desde obras clásicas latinas hasta traducciones de tratados árabes sobre astronomía y matemáticas. La maestría de los copistas y miniaturistas, como Guifred, Arnau u Oliba, dejó una huella imborrable en el arte del libro medieval.

La biblioteca del monasterio de Ripoll


Biblia de Rodes
La Biblia de Rodes es gemela de la Biblia de Ripoll

El trabajo del scriptorium permitió reunir una biblioteca de gran riqueza y diversidad, que contaba con 246 códices al fallecimiento del abad Oliba en 1046. Estos manuscritos incluían tratados de teología, ciencias, jurisprudencia y literatura clásica, con autores como Virgilio, Plutarco y Julio César. Además, los monjes no solo copiaban libros, sino que también adquirían manuscritos raros y los recibían como donativos, aumentando así el prestigio del cenobio como centro del saber.

Biblia de Ripoll
La Biblia de Ripoll se conserva en la Biblioteca Apostólica Vaticana

La producción de manuscritos continuó evolucionando durante los siglos XI y XII. En su época dorada, destacaron obras como el Breviario de música y el Tratado de astronomía, que reflejan la integración de influencias carolingias e italianas. Sin embargo, a partir del siglo XII, el enfoque del scriptorium cambió, priorizándose textos de carácter jurídico, histórico, médico y literario. Esta transición marcó también el inicio de la contribución de los monjes de Ripoll al nacimiento de la historiografía catalana.

Scriptorium de Ripoll
El scriptorium de Ripoll fue un faro de cultura para la historia intelectual de Cataluña y Europa

A pesar de su esplendor, la biblioteca de Ripoll sufrió importantes pérdidas a lo largo de los siglos. El incendio de 1835 redujo drásticamente el número de manuscritos conservados, pero alrededor de 231 ejemplares lograron salvarse y hoy se custodian en el Archivo de la Corona de Aragón. Otros códices, dispersos en bibliotecas nacionales e internacionales, siguen atestiguando el impacto de este cenobio en la cultura medieval.

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