Mercado de pescado de Hodeidah
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La tarde del 12 de agosto
del 2006 iba a marcar, para mi hermana y para mí, el resto de
nuestras vacaciones y del viaje al Yemen.
Por la mañana habíamos visitado el pintoresco mercado de
pescado de Hodeidah y nos
habíamos aprovisionado de algunas bolsas de galletas locales.
Pusimos rumbo en dirección a las Montañas de
Haraz. Tras visitar la maravillosa población de Al Hajjarah, enclavada a 3.000 metros de altura, llegamos a
Manakha a la hora de comer.
Casa en Kahel (Jabal Haraz)
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Tras una frugal pausa
emprendimos el trekking por Jabal Haraz; la
tercera montaña más alta del país. Las pequeñas aldeas quedaban
diseminadas entre grandes terrazas de cultivo, fue en una de aquellas
terrazas que encontramos a un grupo de mujeres y varios niños. Todos
observaban con atención nuestra llegada y el deambular por aquel
bello rincón de unas mujeres con pantalones y botas de montaña.
Hablar en el idioma
del lugar te abre puertas
Saludamos con un efusivo
“ahalan” -con acento español por supuesto- a dos mujeres
tapadas por completo con velo negro y con apenas una
rendija a la altura de los ojos. Tras una docena de días en Yemen,
ya nos habíamos acostumbrado a adivinar sus expresiones faciales a
través de la mirada. Se acercaron a mi hermana y a mí, y como ya va
siendo habitual en cada viaje que hacemos, comenzaron a hablar en su
idioma como si las entendiéramos. Tras la primera sorpresa de
nuestra básica comprensión de árabe, entablamos una conversación
entre gestos y palabras en varios idiomas hasta que poco a poco se
fueron añadiendo más mujeres y un montón de niños que seguían
tan interesante este acercamiento intercultural.
Momento fotografiando el huerto
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Tras miradas furtivas,
sonrisas de los más pequeños y algo de revuelo, una de las mujeres
señaló con un gesto firme y
decidido hacia uno de los bancales donde crecían árboles
y arbustos. Entendimos que era su huerto y como hasta el
momento cuando alguien nos señalaba algo era para que lo
fotografiáramos pues ya me veis a mí apuntando con la cámara
al huerto. Tras parecerles cómico mi gesto, la mujer se dirigió a
uno de los niños y tras decirle algo, el chaval se apresuró a
traernos varios higos chumbos.
Son muchos los
pensamientos que nos atacaron en ese momento ¿nos los están
enseñando? ¿nos los están ofreciendo? Tras intercambiar
impresiones y dudas con mi hermana referente a este amable gesto.
La mujer al ver que no reaccionábamos, se puso
a pelarlos delante de nosotras y como aquél
que se sabe mimado, dimos buen acopio de aquellos sabrosos frutos de
pie, en mitad de las montañas del Yemen y rodeadas de miradas
sonrientes.
Casa en las Montañas de Haraz
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Entonces fue cuando
recordé que unas horas antes nos habíamos aprovisionado de galletas
y las saqué de mi mochila para compartirlas con ese pequeño grupo
familiar yemenita que se divertía viéndonos
“merendar”. Recuerdo que nadie se apresuró de forma desmedida,
ni a coger, ni a comer aquellas galletas que llegaban de imprevisto a
aquella apartada aldea. Todos se aseguraron de que había para todos
y disfrutaban porque todos comían. Hoy al poner por escrito estas
palabras, no puedo evitar recordar la guerra en Yemen y los años que
llevan los medios de comunicación diciéndonos que son países peligrosos.
Como cuando nos toca
despertar de un bonito sueño, Khaled el guía, se acercó
para decirnos que debíamos irnos. Las mujeres
le preguntaron por lo que acababa de decir, ya que nos lo había
dicho en español, pero él era yemenita. Tras decirles en árabe que
debíamos irnos, le pidieron con insistencia y gran alegría algo en
árabe que nosotras desconocíamos, tras un intercambio de frases
entre las mujeres y el guía nos enteramos que nos estaban
invitando a su casa.
Al principio creíamos que era una de esas formalidades que se dice a
los viajeros: “la próxima vez mi casa, será tu casa”, “vuelve
cuando quieras”... pero tras la insistencia de las mujeres, Khaled
nos dijo que querían enseñarnos dónde
vivían y que era un orgullo para ellas que dos
extranjeras fueran sus invitadas.
Momento ¡vamos a visitar una casa en
Yemen!
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Tras poner unos ojos como
platos y empezar a notar como nuestro interior saltaba de júbilo por
la oportunidad, el entusiasmo fue “in crescendo”.
Vinieron los diferentes pros y contras de la situación, Khaled
se convirtió en padre protector y benevolente y tras varias
combinaciones posibles, decidió dejarnos uno de los jeeps con un
chófer esperando en la puerta, mientras nosotras visitábamos
una auténtica casa
yemenita.
Cómo es una casa
yemenita
La mayoría de las casas
construidas en las montañas en Yemen, son a base de bloques de
piedra lo que le confieren un aspecto de fortaleza. Tras
enseñarnos las estancias de la planta baja destinadas a los
animales, el forraje y a las herramientas, subimos a la primera
planta donde una gran sala con el suelo cubierto de alfombras
permanecía como la más iluminada. Cojines alrededor de las paredes
aseguraban un lugar para todos los miembros de la familia.
Interior de una casa-museo |
Nos hicieron sentarnos
mientras el grupo de mujeres hablaban animadamente y una de ellas se
iba a preparar algo a la cocina. Cuando regresó llevaba una bandeja
en sus manos con una gran tetera ennegrecida por el fuego y un buen
puñado de vasos para todos. Fue en ese momento, en la intimidad de
su hogar cuando todas las mujeres se
quitaron el velo y pudimos ver
la belleza de la mujer yemenita. Rostros de piel fina como la
mismísima Reina de Saba resplandecían de sincera alegría al
sabernos con ellas y mostrarnos su expresión facial. Y mientras
recuerdo paso a paso aquel día, escribo con los pelos de punta y
lágrimas en los ojos.
Los minutos se aceleraban
a un ritmo vertiginoso, mientras nuestra mirada y curiosidad
descubrían todo ese cofre secreto de intimidad yemenita. Uno de los
pequeños puso la radio y todos nos pusimos a
bailar, entre risas y árabe que prácticamente no
entendíamos. Tras sudar la camiseta, seguimos con la visita por
aquella vivienda de cuatro pisos. Una rudimentaria cocina, una
habitación decorada con estantes de yeso, una terraza con vistas
agradables. Todos querían enseñarnos algo; una maceta, un fogón,
un cuadro, eran unos guías hiperactivos de un museo
único y fascinante que era
real.
Lo más importante en Yemen es ... |
Cuando ya decidimos que era hora de despedirnos, todos
estuvieron de acuerdo que faltaba enseñarnos lo más importante del
lugar, algo de lo que no podíamos correr el riesgo de perdernos -al
menos eso es lo que interpretábamos nosotras-. ¿Qué sería lo más
importante de enseñarnos en Yemen? Muchos pensarán ¿misiles?,
¿tanques?, ¿cinturones de explosivos? Estábamos a punto de
saberlo, bajamos intrigadas hasta la planta baja, salimos a un
pequeño corral y tras una valla, allí estaba: ¡su vaca!. También
había un señor mayor que cuidaba del animal, pero tardaron en
presentárnoslo. ¿Os imagináis lo importante que debía ser esa
vaca para ellos? Que se olvidaron del abuelo hasta que no hicimos una
fotografía a la vaca.
El chófer que nos
esperaba pacientemente en la puerta, nos tradujo la última frase de
la familia: - “cuando volváis al
Yemen, podéis venir a
casa”. Estoy segura que esta es la invitación más
sincera que he recibido en cualquiera de mis viajes y que si alguna
vez vuelvo a ese maravilloso país, las puertas de esa casa estarán
abiertas para mi hermana y para mí. Lo que más me asusta es pensar
si los encontraremos a todos vivos, después de una guerra que no
debería haber empezado.
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