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Qué espero de un viaje a Madagascar

La verdad es que con la edad y mi larga experiencia en viajes, me he vuelto una viajera muy exigente, así que de un viaje a Madagascar voy a esperar varios requisitos. No busco lo que la mayoría de turistas desean en sus vacaciones. No pretendo encontrar los principales monumentos sin atisbo de gente, ni que los viajes por carretera transcurran a la velocidad de la luz, pero sí que espero de una agencia de viajes ciertas facilidades que me ayuden a desconectar y sintonizar con el nuevo destino y a la vez que respondan a un compromiso social, ético y de impacto sostenible sobre la población y su entorno.

Mis preferencias a la hora de viajar a Madagascar
  • Quiero una ruta completa por los principales lugares de Madagascar que no acabe con tres días de sol y playa. Sí, estoy de vacaciones, pero en un paraíso como Madagascar estar tumbada en la arena sólo está permitido si se combina con un buen Betsabetsa, Trembo o Toaka Gasy mientras suena música malgache y se pone el sol en el horizonte. En las diferentes propuestas de la agencia de viajes Tuareg observo que se ha tenido en cuenta a los clientes que sí prefieren la opción tumbona y los que desean algo más e incluyen visitas optativas a los días de “panching playero”.¡Bien!
  • Un recorrido excepcional por Madagascar debería incluir por ejemplo: Antananarivo, Tsingy de Bemaraha, la famosa Avenida de los Baobabs de Morondava, algún trekking por los bosques endémicos y las selvas, así como visita a los mercados y a las poblaciones de Ambositra y Antsirabe). Aunque después de una buena ruta, lo más importante de un viaje organizado es el guía. Debe ser capaz de mostrar la cultura, los paisajes, la naturaleza y la vida de Madagascar con la misma pasión de la que yo voy a demostrar por impregnarme de ella. Un guía durante los circuitos de habla española y además trabajar con guías locales en las visitas a los parques y reservas naturales puede ser la gran diferencia.
  • Para mí es importante compartir el viaje, la cultura, sabiduría popular y por qué no, parte del presupuesto con los grupos étnicos de Madagascar. Dormir con la etnia Sakalava o Bara, comer en un poblado Vezo o Betsileo, comprar artesanía o conocer la cultura animista de los poblados Zafimaniry, forma parte de mis expectativas viajeras. Prefiero un viaje donde se tenga en cuenta la población local por encima de las grandes empresas extranjeras. Ese contacto humano es el que al final da sentido a cualquiera de nuestros viajes y la agencia de viajes lo debería de tener en cuenta en sus diferentes rutas y viajes a Madagascar. Incluyen trekkings en zonas donde no se puede llegar en coche, visitas a mercados donde comercian diferentes tribus o viajan hasta poblaciones donde la artesanía forma parte de la economía de la población. La lista de alojamientos de los circuitos por Madagascar incluyen pequeños complejos mimetizados en el entorno, algunos con etiqueta de ecoturismo y ecolodge. Hay alojamientos que tienen programas de formación para los habitantes de la zona y que han utilizado materiales constructivos de la región preservando el impacto ambiental del paisaje.

Como no suelo exigir menos de lo que estoy dispuesta a ofrecer, en un viaje a Madagascar yo también me comprometo a seguir las buenas prácticas de viajero que todo el mundo debería conocer.



Las buenas praxis viajeras
  • La exigencia viajera no es sinónimo de reclamaciones absurdas y demandas europeas. Una buena viajera sabe esperar en los controles de aduanas y en los interminables trámites burocráticos. Aprovecha para observar a la población, a jugar con los niños mientras se aprende alguna palabra en el idioma local o comparte una sonrisa. La paciencia viajera tiene grandes recompensas, positivismo ante todo.
  • Los viajeros deben olvidarse de su vida y vestirse con la autóctona; acompasar el ritmo, embutirse en el clima, mimetizarse en la rutina diaria y disfrutar de la gastronomía local. Olvidarse de dormir muchas horas, dejar de comer lo mismo que si estuvieras en casa y a las mismas horas. Abandonar la comodidad de una autopista y sumergirse en las carreteras de baches y polvo de un territorio desconocido con la misma curiosidad de un niño. Dejar las quejas por el calor, el frío o la lluvia como si fuera algo que se arregla apretando un botón. Despegarse de la zona de confort nos hace libres y carga nuestras mochilas de experiencias.
  • Un auténtico viajero se desprende del miedo por el miedo; el que otros tienen y el que nos contagian sin querer o a veces por celos. El viajero se olvida de permanecer en el hotel y explora por su cuenta, aunque el guía no esté, se calza las botas de explorador y el corazón de aventurero. Mira a través de la ventanilla como si hubiera permanecido encerrado y disfruta de los cientos de kilómetros que por desgracia a menudo tenemos que recorrer hasta llegar al próximo destino. Sonríe y agradece al Universo, hora tras hora, porque viajar es una tremenda fortuna y él sabe que es protagonista de su vida.
  • Un viajero no pierde la educación, la sonrisa, ni la humildad frente a un camarero, una señora de la limpieza, un chófer o una vendedora. Intenta regatear en los mercados si es la norma, pero no le va la vida en ello. Deja propina si es lo aconsejable sabiendo que quizás esas monedas sean las que marquen la diferencia en un sueldo mínimo, pero nunca se cree un ser superior. Aprende de los viajes que no es el que más razón tiene, que su verdad no es la única válida o se escuda bajo la frase: “yo soy así”. No impone su criterio europeo y aprende de los demás, sean de la religión que sean, tengan el color de piel que tengan. Viste, no como lo haría en su casa, sino con la clase, norma o recomendación que cada lugar exige. No va con mocasines a la montaña y sin protección solar o contra los mosquitos a un paraje natural. Y cumple con los horarios que dicta el guía para no entorpecer la marcha del grupo.
  • Y la parte más difícil, un viajero no grita. No grita cuando ve un lemur, un fossa o un Indri-Indri (ya dije que era la parte más difícil). No grita cuando se sube en un transbordador o en una canoa de dudosa estabilidad. No grita cuando ve una lagartija en el lodge o camina por un bosque, un desfiladero o un puente colgante, ni grita ni habla de su crisis personal, sólo disfruta de la Madre Naturaleza. En algunos casos, un auténtico viajero ni abre la boca y si lo hace, enmudece de la emoción. Prueba la próxima vez a escuchar el silencio, el trino de los pájaros, el ritmo de las olas e intenta contemplar una espectacular puesta de sol desde la Ventana del Isalo en silencio.

Sensaciones de un viaje a Madagascar



Este post es la segunda prueba que propone Viatges Tuareg para participar en su concurso #MadagascarConTuareg. Consiste en describir las sensaciones que me inspira el destino, para que a través del texto, pueda valorarse la creatividad, cultura y el cuidado por los detalles de mis artículos.

Así que mi reto es daros a conocer un destino en el que no he estado, pero del que he leído algún texto y del que he visto docenas de imágenes. Al ser un relato descriptivo de sensaciones es una valoración muy personal de lo que me atrae en mis propios viajes.

Curiosidad por La Gran Isla Roja
Lo primero que despertó mi curiosidad fue el nombre de la capital de Madagascar: Antananarivo. Si conseguís memorizar el nombrecito, a lo mejor será el punto de Trivial que marque la diferencia en vuestra próxima victoria. Antananarivo, Tana a partir de ahora, se encuentra situada en el centro de la isla y ofrece la posibilidad de sumergirse en la cultura malgache (nombre con el que se conoce a los habitantes de la isla). En Tana se encuentra un Museo de etnología y varios palacios reales, pero donde hay que ir es a su concurrido Mercado de Zoma. Hay quien opina que todo lo que se cultiva o fabrica en Madagascar se puede encontrar aquí y que es el lugar ideal para comprar artesanía local. Como dato curioso, me he enterado que Tana está hermanada con Yereván, la capital de Armenia (dato friki, lo sé, pero me ha parecido curioso porque estuve el año pasado).

Madagascar tiene una superficie algo superior a la de España, se baña en aguas del Océano Índico y disfruta de distintas climatologías totalmente opuestas, mucho más acentuadas que las nuestras. Una línea invisible divide geográficamente oriente y occidente, justo de manera inversa de como lo hace el Trópico de Capricornio, y subraya esa diversidad que se percibe en los paisajes, en los rasgos de sus habitantes o en su gastronomía.

La variedad de Madagascar
La variedad del clima, monzónico en las regiones orientales y árido al suroeste, no es lo único que parece formar dos caras de una misma moneda. La tribu mayoritaria, que habita principalmente en las regiones interiores, son Los Merina y son de origen Indonesio. Mientras que la costa es territorio bantú; la esencia africana de Madagascar. Así que la variedad étnica de la población malgache es enorme. A los rasgos, costumbres e influencias indonesias y africanas hay que añadir indias, árabes y francesas. Una diversidad así, multiplica las sensaciones de un viaje por completo.

Dicen que La Gran Isla Roja recibe ese nombre por la tierra arcillosa de color rojo de sus suelos. Con ella se construyen las casas de Madagascar, un bonito adobe de color rojo que contrasta con los paisajes teñidos de verde de los arrozales. De nuevo Asia se funde en África y se impregna de platos con olor a curry, sabores picantes, arroz o mandioca.

Paisajes de esta isla africana
Pero si de algo estoy segura, es que nadie se debe perder en un viaje a Madagascar; sus paisajes. En primer lugar destacaría la más que fotografiada Avenida de los Baobabs en Morondava. Con ejemplares de 800 años de edad, no es de extrañar que los malgaches los conozcan con el nombre de Renala “Madre de la Selva”. Quedan pocos, no más de 25 árboles en un trayecto de apenas 250 metros, es la triste huella de un frondoso bosque que el hombre ha destruido; una pena.

Los Bosques lluviosos de Atsinanana albergan una biodiversidad excepcional, dicen que el 80% de la flora de Madagascar es endémica, es decir, que sólo se encuentra aquí. Al igual que los lemures; uno de los animales más representativos del país y del que se encuentran 28 tipos distintos. Desde el simpático aye aye, hasta el más grande de todos ellos conocido con el nombre de indri.

Y por último, sólo me queda sugerir, una visita aérea por los Bosques de agujas pétreas. Declarada en 1990 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, la Reserva Natural de Tsingy de Bemaraha luce unas punzantes formaciones de roca caliza de color oscuro que contrastan con los bosques de color verde y el azul de sus lagos y manglares. La zona es tan sumamente afilada que no es posible adentrarse sin salir con un corte, dicen que Tsingy en malgache quiere decir “lugar donde no se puede caminar descalzo”. Aix... el humor malgache ¡qué gracioso!

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