Campo dei Mori: las tumbas blanqueadas de los hermanos Mastelli (Venecia)


En el Campo dei Mori, una graciosa plazoleta del barrio de Cannaregio de Venecia, se encuentran las tres estatuas del siglo XIII de los hermanos Mastelli, mientras que una cuarta se esconde detrás de la esquina de Fondamenta dei Mori. La de la esquina es conocida con el nombre de Sior Antonio Rioba, esta figura oriental con turbante, cuyo nombre está grabado en el fardo que lleva a hombros, es el famoso Pasquino di Venezia; un personaje alegórico del siglo XIX, acerca del cual corrían de boca en boca, ásperas sátiras e hirientes comentarios sarcásticos, existió además un periódico satírico que llevaba este curioso nombre. Sin embargo, si tenemos en cuenta las leyendas populares, estas cuatro estatuas de piedra que sujetan la fachada de un edificio son en realidad, los restos petrificados de unos charlatanes y deshonestos mercaderes de la Edad Media.

La historia de “Los hipócritas que se convirtieron en tumbas blanqueadas” del libro Leyendas venecianas e historias de fantasmas de Alberto Toso Fei, cuenta como Sior Rioba pronunció en voz alta: “Qué el Señor convierta mi mano en una piedra en el acto si lo que digo no es verdad”. Ese desliz se convirtió con el tiempo en una de sus frases más repetidas, tanto se jactaba de sus engaños cometidos tanto por sus hermanos como por él mismo que un día sobrevino la desgracia.

Los hermanos Mastelli eran originarios de Morea, una provincia bizantina ubicada en el Peloponeso (Grecia), de donde seguramente habían huido por motivos algo turbulentos. Su fanfarronería y sus triquiñuelas los hacían despreciables a ojos de los venecianos pero era tal su fortuna y poder que nadie se atrevía a contradecirles ni a culparles. Hasta que un día tras engañar a una pobre mujer que había invertido todos sus ahorros en comprarles telas de Flandes, le sobrevino un castigo divino.

Tras pronunciar su célebre frase: ¡Qué el Señor convierta mi mano en una piedra en el acto si lo que digo no es verdad! Incluyó a sus hermanos en el juramento: “Júrenlo también ustedes”. La mujer depositó todos sus ducados sobre el mostrador pronunciando: “Que Dios sea testigo de su honestidad y que usted mismo coseche los frutos de su decisión”.

Fue entonces cuando las monedas se transformaron de inmediato en piedras, junto con las manos y los brazos de Sior Rioba y sus hermanos. Convertidos en tumbas blancas para toda la eternidad, tan frías como habían demostrado ser en vida. Los malvados mercaderes quedaron convertidos en estatuas y adosados en el Campo dei Mori donde aún pueden verse.

Cuentan los más ancianos de la ciudad que se ha visto llorar a la estatua de Sior Rioba durante los días que el viento es aún más frío que la piedra y si alguien con el corazón puro pone su mano en el pecho de su estatua, podría quizá sentir un leve latido de corazón duro como una losa.

En el Campo dei Mori de Venecia hay muchos más rincones para descubrir, pero eso ya lo contaremos otro día con otra buena historia.

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