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Cruzando el arco de la torre norte comienza el viaje al corazón templario de La Couvertoirade |
La génesis templaria
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Vista panorámica antigua de La Couvertoirade |
La historia del lugar comienza en 1158, cuando Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, dona el Larzac a los caballeros del Temple. Estas tierras altas, estratégicas y agrestes, se revelaron idóneas para sus propósitos defensivos y espirituales. En 1181, Ricard de Montpaon cede su señorío en La Couvertoirade, que pronto se integra en el conjunto de encomiendas templarias junto a Sainte-Eulalie y La Cavalerie. La creciente influencia de los templarios inquietó al conde de Toulouse, quien en 1249 exigió —sin éxito— la devolución de esas fortalezas, temeroso de que escaparan a su control.
De templarios a hospitalarios
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Plano del recinto amurallado de La Couvertoirade |
La gloria templaria no duraría para siempre. En 1307, el rey Felipe IV de Francia, receloso del poder y de la fortuna acumulada por la orden, ordena la detención masiva de templarios. Cinco años más tarde, el Papa Clemente V decreta la disolución oficial de la Orden del Temple. Sus bienes son transferidos a los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, futuros Caballeros de Malta. A diferencia de sus predecesores, los hospitalarios imprimen a La Couvertoirade un carácter más comunitario y espiritual, manteniendo su importancia estratégica y religiosa en el corazón del Larzac.
La Cour Neuve
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La Cour Neuve es una plaza extramuros en uso desde el siglo XVII |
Frente a los imponentes lienzos de muralla que cierran el recinto de La Couvertoirade, se extiende La Cour Neuve, una explanada extramuros habilitada para el uso común desde el siglo XVII. Este espacio abierto se sitúa justo ante las fortificaciones levantadas entre 1439 y 1445 por los Caballeros Hospitalarios durante la Guerra de los Cien Años. Su objetivo era más disuasorio que ofensivo: proteger a la población frente a las incursiones de bandas armadas, sin renunciar a la vida comunitaria. Aquí se celebraban reuniones convocadas por los cónsules de la villa y se descargaban las mercancías llegadas en carruajes. Hoy, esta plaza sigue siendo un lugar de encuentro, un umbral entre la historia y la vida cotidiana que conserva su esencia de ágora rural.
Recinto amurallado de La Couvertoirade
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Parte superior de la Tour Raunier, vestigio defensivo del recinto amurallado |
La Couvertoirade conserva uno de sus mayores tesoros en piedra: un recinto amurallado íntegro, que desde el siglo XV protege a la población. Su construcción se inició en 1439 y se completó en 1445 bajo la dirección del maestro cantero Déodat d’Alaus, como respuesta al temor provocado por los “routiers”, grupos armados de mercenarios que saqueaban el Larzac desde 1346.
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El camino de ronda puede recorrerse parcialmente. Fotografía gentileza de Ángel Bigorra |
Con 420 metros de perímetro, muros de 1,30 m de grosor y hasta 12 m de altura, la muralla de La Couvertoirade está perforada por numerosas saeteras, algunas de ellas adaptadas para cañones primitivos —las llamadas troneras cañoneras o buhaderas. En lo alto, un camino de ronda permite recorrer unos 200 metros de su trazado original, accesibles entre marzo y noviembre desde el Punto de Información Turística ubicado en la Maison de la Scipione.
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La Tour de la Cambière, una de las torres conservadas de La Couvertoirade |
Desde allí, la vista se despliega sobre los tejados y los vastos horizontes del Larzac. El paso entre torres y lienzos se realizaba de forma continua mediante escaleras ocultas en el grosor del muro, una solución arquitectónica que garantizaba la defensa continua del recinto. Las torres, coronadas con matacanes, permitían verter sustancias ardientes o lanzar proyectiles desde lo alto sobre cualquier atacante. Hoy, aunque las almenas guardan silencio, aún evocan escenas de vigilancia, resistencia y comunidad.
Torre Norte – Porte d'Amoun
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La Torre Norte, de planta cuadrada, mide más de veinte metros de altura |
El acceso principal a La Couvertoirade se realiza a través de la Porte d’Amoun, nombre occitano que significa “Portal Superior”, con el que se conoce la entrada norte de la muralla. Este paso se abre al pie de una imponente torre cuadrada de más de veinte metros de altura, concebida tanto como punto de vigilancia como bastión defensivo. Su silueta robusta y sobria marca el umbral entre el mundo exterior y el corazón amurallado de la villa.
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Detalle de una saetera con tronera en la Torre Raunier |
La torre está coronada por matacanes, salientes de piedra desde los que se arrojaban toda clase de proyectiles de gran poder disuasorio. En sus muros pueden verse todavía las troneras de tipo bifurcado, con un orificio redondo pensado para disparar armas de fuego primitivas— que evidencian la evolución del armamento en la Edad Media. La Torre Raunier, situada en el ángulo noroeste, es una de las cuatro torres redondas mejor conservadas de La Couvertoirade y vigilaba ese punto clave del recinto fortificado.
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Una hornacina conserva la imagen de San Cristóbal, protector de los peregrinos |
Al pie de la torre se abre el acceso principal al pueblo, protegido por dos puertas en arco apuntado. Sobre el arco de salida se conserva una hornacina que alberga una imagen de San Cristóbal, patrón de la iglesia de La Couvertoirade, representado como el gigante que, según la leyenda, ayudaba a cruzar ríos a los peregrinos, llevando al Niño Jesús sobre los hombros. Esta imagen, visible aún hoy, simboliza la protección espiritual y la hospitalidad que este enclave ha ofrecido a lo largo de los siglos.
La escasez de agua en La Couvertoirade
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Imagen antigua de la “mare centrale” de La Couvertoirade con agua |
La defensa no fue la única preocupación de los habitantes de La Couvertoirade. En un territorio sin fuentes ni manantiales, la ingeniería hidráulica de la Edad Media alcanzó niveles de ingenio admirables. Las casas, con tejados de lajas de piedra —conocidas como lauzes—, canalizaban cuidadosamente el agua de lluvia hacia cisternas subterráneas excavadas en la roca. Incluso las cubiertas de las granjas y rediles se diseñaban como embudos de piedra, llamados toits-citernes, construidos para captar hasta la última gota de un recurso vital. Cada tejado era parte de un sistema colectivo de supervivencia, pensado para garantizar el abastecimiento incluso en las épocas más secas.
Una laguna interior
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Antigua "mare", hoy convertida en una apacible plaza con restaurantes |
Dentro del recinto amurallado de La Couvertoirade existió durante siglos un estanque de recogida de aguas pluviales, documentado ya en la Edad Media. Conocido como “mare intérieure” o "mare centrale", esta poza estaba rodeada de formaciones rocosas naturales y ofrecía una reserva de agua accesible incluso cuando las puertas del recinto estaban cerradas. Fue un recurso esencial para abrevar el ganado durante los asedios o los inviernos más duros. Su existencia refleja la capacidad de adaptación de los antiguos pobladores a un entorno tan austero como el del Larzac.
El castillo templario de La Couvertoirade
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El castillo templario de La Couvertoirade perdió su función estratégica en el siglo XV |
Antes de que existiera el pueblo, la iglesia o las murallas, solo estaba él: el castillo. Los caballeros templarios lo levantaron a finales del siglo XII sobre un promontorio rocoso que dominaba el paisaje, en las afueras del antiguo priorato de Saint-Christol, núcleo original del asentamiento. Esta primera fortaleza fue esencial para garantizar la defensa de los habitantes en un entorno expuesto, antes de la construcción del recinto amurallado en el siglo XV. Fiel a la lógica defensiva medieval: cuanto más alto, más difícil de asediar.
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El castillo conserva elementos notables como la barbacana |
Se accedía por una rampa protegida por una barbacana y una puerta ojival, coronada por una abertura defensiva desde la que se podían lanzar proyectiles al enemigo. A la izquierda, el torreón románico conserva aún sus contrafuertes y saeteras, vestigios de su antiguo poder militar. En el interior, un sistema de escaleras talladas en la roca, de peldaños anchos y planos —pensados para facilitar el paso de los caballos de los monjes-guerreros — conectaba las diferentes estancias abovedadas, distribuidas en varios niveles.
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Restos de los antiguos establos |
Desde la sala inferior con bóveda de cañón hasta los pisos superiores, iluminados por ventanas de arquillos y huecos defensivos, todo el edificio fue diseñado con una mezcla de funcionalidad y solidez. En una de las salas aún se conserva el brocal de la cisterna original. La terraza culminante, situada al sur, se apoya sobre un afloramiento rocoso que en su día sirvió de base a fortificaciones hoy desaparecidas. Tras una de las puertas de la muralla aún pueden verse restos de antiguos establos templarios, datados en el siglo XII.
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Imagen antigua de las ruinas del castillo templario de La Couvertoirade |
Cuando en el siglo XV se
construyeron las murallas que rodearon toda el burgo, el castillo perdió su función estratégica. Fue paulatinamente abandonado por los Caballeros Hospitalarios, herederos de los bienes templarios tras la disolución de la orden en 1312. Con el tiempo, muchas de sus piedras se reutilizaron para edificar las casas del
nuevo pueblo. Pese a ello, sus ruinas permanecen en pie como el el vestigio más antiguo de La Couvertoirade, eco pétreo de una época de fervor espiritual y defensa militar.
Iglesia de Saint-Christol
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Fachada de la iglesia de Saint-Christol, integrada en la muralla |
En el corazón de La Couvertoirade se alza, sobria y poderosa, la iglesia de Saint-Christol, edificada por los Caballeros Hospitalarios en el siglo XIV. No fue solo un templo espiritual, sino también pieza clave dentro del sistema defensivo de la villa. Su cabecera plana, de líneas rectas y orientada hacia el este, se integró perfectamente en el trazado de la muralla. Sobre el ábside se construyó una torre de vigilancia —desmontada en el siglo XVIII al descubrirse que su peso ponía en riesgo la estabilidad del edificio— que completaba esta fusión entre espiritualidad y defensa.
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Nave única de la iglesia de Saint-Christol, con bóveda de crucería y muros de piedra |
Levantada parcialmente sobre un promontorio rocoso, su arquitectura aprovecha la geología del Larzac. El subsuelo está formado por una roca hueca e impermeable que, durante siglos, funcionó como cisterna natural. En un entorno sin ríos ni lagos, esta peculiaridad geológica fue determinante en la elección del emplazamiento por parte de los templarios, ya que el agua almacenada bajo el templo aseguraba la supervivencia en tiempos de sitio o sequía.
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Clave de vuelta del coro del siglo XV |
Aún hoy, al recorrer la nave, puede observarse el afloramiento rocoso que emerge entre los muros. Incluso verás una tonalidad verdosa, indicativo de humedad. Y si uno guarda silencio, el eco profundo que devuelve la piedra parece resonar con las oraciones de otro tiempo. La iglesia tiene una única nave y muestra un estilo gótico austero, acorde con la sobriedad monástica hospitalaria y el entorno rural del Larzac.
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Vidriera moderna de Claude Baillon de San Cristóbal y San Juan Bautista |
La bóveda de crucería, sostenida por arcos apuntados, refuerza la verticalidad del espacio. A la izquierda de la entrada, una pequeña tribuna de madera, servía como punto de vigilancia y control a los soldados en caso necesario. La iluminación procede de varias vidrieras del siglo XX creadas en 2005 por el maestro vidriero Claude Baillon, de Millau. Representan a San Cristóbal, San Juan Bautista y la Virgen con el Niño, aportando una luz contemporánea al interior del templo hospitalario.
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Imagen antigua del interior de la iglesia de Saint-Christol |
Pese a su sobriedad decorativa,
la iglesia conserva elementos significativos, como un retablo del siglo XVII, probablemente realizado en talleres locales, y
una serie de piedras esculpidas que podrían haber formado parte de decoraciones
anteriores. Aún pueden verse marcas de cantero en los muros, y restos de
policromía en ciertas zonas del presbiterio.
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Estela discoidal con cruz griega |
Entre los elementos más singulares, del interior de la iglesia de Saint-Christol, se encuentran dos estelas funerarias discoidales originales del siglo XV. Talladas en piedra caliza gris claro, presentan una base apuntada —posiblemente pensada para su anclaje en el suelo—. Presenta una doble iconografía: en el anverso, una discreta cruz griega central aparece enmarcada por una corona circular; mientras que en el reverso, destaca una cruz de Toulouse calada, decorada con tres esferas en cada uno de sus brazos.
El antiguo cementerio de La Couvertoirade
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Placa en bronce con inscripción en occitano |
Junto a la entrada principal de la iglesia de Saint-Christol, se encuentra una placa de fundición en bronce que reproduce una inscripción del siglo XV que se situaba en el umbral del antiguo cementerio medieval: "Bonas gens que per aissi passatz, pregatz Dieu per los trespassatz", lo que en lengua occitana significa: “La gente buena que pasa, reza a Dios para que los cruce”. Este mensaje, tallado en el idioma del lugar y dirigido a los vivos, evoca una época en la que el tránsito por la vida y la muerte formaba parte de un mismo camino.
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Estelas y lápidas en el antiguo cementerio medieval |
El trazado original del camposanto quedó dividido en dos con la construcción de la muralla en 1445: una parte quedó dentro del recinto fortificado y otra fuera, como aún atestiguan los restos visibles del murete perimetral. Aunque hoy ya no acoge sepulturas, el espacio conserva varias copias de estelas discoidales medievales: antiguas lápidas en forma de disco esculpido sobre un pie monolítico, propias del sur de Francia y típicas del paisaje funerario occitano.
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Reproducción de una estela discoidal medieval con la flor de lis |
No todas estas piedras funerarias fueron halladas en tumbas. Algunas proceden de los campos y caminos del Larzac, donde cumplían la función de hitos, marcando rutas ancestrales por entre pastos y senderos del altiplano. Estos elementos pétreos no solo orientaban al caminante, sino que también lo protegían simbólicamente. Hoy, agrupadas en este pequeño recinto, se preservan del olvido… y del expolio.
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Lápidas y estelas discoidales en el cementerio templario de La Couvertoirade |
Muchos de los discos grabados muestran símbolos solares, cruces o motivos vegetales, cuyas interpretaciones siguen abiertas. ¿Son representaciones cristianas, signos protectores, o ecos de creencias precristianas adaptadas? En cualquier caso, estas piedras mudas nos enfrentan al misterio de una espiritualidad rural que trascendía lo meramente funerario.
Torre Sur - Porte d’Aval
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Antigua imagen que muestra en pie la Porte d’Aval, hoy desaparecida |
Al sur del recinto amurallado se abre la Porte d’Aval, antiguo acceso gemelo de la imponente torre norte. En origen, este paso atravesaba también una torre defensiva, pero su silueta desapareció para siempre en 1912, cuando la estructura se desplomó sin remedio. Hoy, el acceso ha sido reconstruido, aunque sin aquella torre que una vez guardó la entrada. Cruzar esta puerta es abandonar la protección de la piedra para adentrarse en el paisaje del Larzac, donde encontraremos los siguientes elementos:
La lavogne
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Vista del lavajo de La Couvertoirade. Fotografía gentileza de Ángel Bigorra |
Si tomas el camino que se abre a la izquierda, allí donde termina el pueblo y comienza el dominio del viento y las ovejas, encontrarás la lavogne —lavajo en castellano—: una gran balsa empedrada construida en 1895 y restaurada en junio de 2009. Este inmenso estanque artificial recogía el agua de lluvia mediante un ingenioso sistema de canalización conectado a un depósito de decantación. El suelo de piedra, cuidadosamente colocado, evitaba que las ovejas resbalasen al acercarse a abrevar.
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Imagen antigua de un rebaño de ovejas calmando su sed en la lavogne de La Couvertoirade |
La construcción de esta lavogne fue consecuencia directa de la epidemia de fiebre tifoidea que en 1890 causó 75 muertes, en la zona. Para prevenir nuevos contagios se decidió trasladar aquí la antigua "mare", que se encontraba en el interior del recinto amurallado de La Couvertoirade y abastecía de agua al ganado. Aunque hoy ya no retiene el agua como antaño y las ovejas no pueden saciar su sed en ella, su presencia permanece como testimonio vivo de un Larzac pastoril, que supo domar la sequía con piedra e ingenio.
El molino de viento de Rédounel
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Molino de viento de Rédounel |
Y si alzas la vista hacia la colina, divisarás un molino de viento, de tipo torre, plantado como un vigía en lo alto del Mont Rédoun. Un sendero en zigzag te guiará hasta él, regalándote una de las mejores panorámicas del pueblo medieval de La Couvertoirade y de las vastas mesetas que lo rodean. Aquí, cada paso fuera de los muros prolonga la historia escrita entre sus piedras.
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Antigua imagen donde se ve el molino de Rédounel antes de su restauración |
Situado a 808 metros de altitud, el Moulin du Rédounel fue construido en el siglo XVII por iniciativa del comendador Antoine de Paule, sobre los restos de un molino más antiguo, del siglo XIV, considerado el primer molino documentado del Larzac.
Con sus aspas abiertas al cielo, este molino harinero evitaba largos desplazamientos a los campesinos y garantizaba el abastecimiento de grano en las duras condiciones del altiplano. Hoy, como
entonces, girando con el viento, mantiene viva la memoria
agropastoril de los altos del Rouergue.
Las casas de La Couvertoirade: Le bourg
Dentro del abrazo pétreo de las murallas, las casas de La Couvertoirade son un ejemplo perfecto de arquitectura autóctona del Larzac, que han resistido al paso del tiempo y a la modernidad. Construidas en su mayoría entre los siglos XV y XVI, muchas reutilizan las piedras del castillo templario y de edificaciones anteriores, ya en ruinas. Sus tejados de lauze (lajas de piedra, planas), sus ventanas en cruz y sus puertas con arcos conopiales evocan una época en la que la solidez era belleza.
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Casas del burgo construidas entre los siglos XV y XVI con piedra local |
Algunas fachadas aún conservan pilastras acanaladas y frontones decorados con blasones de estilo Luis XII, como el Hôtel de Grailhe que veremos más adelante. Aunque los siglos hayan abierto grietas, derrumbado bóvedas o borrado coronamientos, el conjunto mantiene una armonía sobria que convierte al pueblo de La Couvertoirade en un ejemplo vivo de la arquitectura medieval del Aveyron. Caminar por sus callejuelas es pasear por la historia.
Hôtel de Grailhe
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El Hôtel de Grailhe, del siglo XVII, con su portada de piedra tallada y un blasón heráldico |
El patrimonio monumental incluye además varios hôtels particuliers, residencias señoriales que reflejan la prosperidad alcanzada por ciertas familias en la Edad Moderna. En pleno corazón de La Couvertoirade, entre muros de piedra caliza y silencio rural, se alza una noble residencia construida en el siglo XVII: el Hôtel de Grailhe. En aquella época, un “hôtel” no era un alojamiento para viajeros, sino la vivienda privada de una familia acomodada, símbolo de linaje y poder social.
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Imagen antigua del Hôtel de Grailhe |
Ésta en particular fue mandada edificar por Jean-Antoine de Grailhe, cuyo apellido aún da nombre al edificio. Sobre la puerta principal, el escudo familiar con dos estrellas de cinco puntas, dos cornejas enfrentadas (gralhas, en lengua de Oc), un león rematado por una palmera, constituye una heráldica singular, grabada en la piedra como una declaración del prestigio de linaje de sus moradores.
Maison de la Scipione
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Vista antigua y actual de la Maison de la Scipione |
Levantada a finales del siglo XV o comienzos del XVI, esta distinguida vivienda noble —apoyada contra el propio lienzo de la muralla y orientada hacia la entrada principal del pueblo— es uno de los ejemplos más representativos de la arquitectura señorial de La Couvertoirade. Su nombre se vincula a una viuda conocida como la Scipione, cuyo marido fue Scipion Sabde, de quien deriva el apellido familiar.
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Las mansiones más señoriales conviven con las casas más humildes |
Con el tiempo, la Maison de la Scipione fue embellecida con una torre y una gran ventana, señales inequívocas de la posición social privilegiada de sus propietarios. Hoy alberga en la planta baja (antiguo establo) el Punto de Información Turística. Desde su último nivel se accede al camino de ronda, igual que lo hacían antaño los vigías de la mut¡ralla de La Couvertoirade.
Rue Droite
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La Rue Droite sigue un trazado rectilíneo con casas medievales adaptadas a nuevos usos |
La Rue Droite es la única calle de trazado rectilíneo de La Couvertoirade, herencia de la organización hospitalaria. En este dédalo de callejuelas irregulares, su rectitud sugiere una planificación funcional. Flanqueada por casas tradicionales que siguen el modelo arquitectónico típico del Larzac. Los antiguos establos abovedados del nivel inferior, hoy transformados en tiendas, restaurantes y espacios de acogida, conservan su rusticidad original.
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Las escaleras exteriores de piedra (lou balet) son típicas de Larzac |
Los característicos lou balet —escaleras exteriores de piedra adosadas a la fachada — son una de las señas de identidad de la arquitectura popular del Larzac. Su función era práctica y simbólica: permitían acceder directamente a las plantas superiores, donde se encontraba la vivienda, mientras que la planta baja se destinaba a establos o talleres.
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La ingeniería hidráulica se centraba en captar y almacenar agua pluvial |
En lo alto, bajo el tejado, se ubicaba el granero o el pajar, bien ventilado gracias a pequeñas aberturas. Estas construcciones, resistentes y funcionales, se adaptaban al relieve rocoso y a la vida rural. Muchas casas contaban con cisternas propias conectadas a canales de recogida de agua de lluvia.
Amuleto contra el mal de ojo
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La cardabelle es la flor típica que sirve de amuleto de protección |
En algunas puertas de La Couvertoirade todavía puede verse una cardabelle (Carlina acanthifolia), un cardo silvestre propio del paisaje de los Grands Causses. Conocida por su aspecto solar, con sus brácteas abiertas en forma de rayos dorados y su centro espinoso, se cuelga tradicionalmente en las puertas como amuleto protector del hogar, contra el mal de ojo y como barómetro natural: sus “pétalos” se cierran con la humedad anunciando lluvia.
Presente habitado, pasado vivo
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Un lugar donde todo parece real, incluso las ruinas |
Hoy, La Couvertoirade cuenta con apenas 25 habitantes permanentes en su núcleo amurallado, y alrededor de unos 200 en total, si se incluye el entorno rural de los alrededores. Sin embargo, cada año recibe unos 150.000 visitantes, atraídos por su autenticidad y su atmósfera medieval. Un paseo por sus callejuelas, un instante de silencio en su iglesia de ecos templarios, una mirada al horizonte desde el camino de ronda... bastan para comprender lo que Georgette Milhau describió como "un lugar donde todo parece real, incluso las ruinas".
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El tiempo parece detenerse entre muros que aún guardan la memoria del pasado |
En La Couvertoirade, el viajero no solo descubre una aldea medieval; penetra en la memoria viva de una región que se resiste al olvido. Y mientras el tiempo avanza fuera de estas murallas, aquí todo parece detenido: las casas, las torres, las piedras. Cada rincón invita a mirar con otros ojos, a escuchar con otros oídos. Es un lugar donde el silencio pesa, pero no oprime; donde lo auténtico se preserva no como reliquia, sino como forma de vida.
¡Bienvenidos a La Couvertoirade!
Dónde comer en La Couvertoirade: Auberge du Chat Perché
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El restaurante del Auberge du Chat Perché se encuentra en un antiguo establo |
El Auberge du Chat Perché está situado en una antigua bergerie, un redil donde antaño se guardaba el ganado, que ha conservado intactas sus sólidas bóvedas de piedra y el alma rústica de otros tiempos. Hoy, este espacio cargado de historia acoge a viajeros y gourmets en busca de sabores auténticos. Un sabroso olor a leña y parrilla da la bienvenida a los comensales, anticipando una experiencia gastronómica que conjuga la tradición del Larzac con una cocina hecha con el corazón.
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Pizarra de embutidos locales |
En el Auberge du Chat Perché, cada plato nace del fuego lento, del producto fresco y del saber hacer local. La carta —cuidadosamente elaborada con ingredientes ecológicos y de proximidad— ofrece desde parrilladas al fuego de leña hasta platos vegetarianos, sin gluten y postres caseros que están deliciosos. La terraza permite almorzar al aire libre, bajo la sombra de los árboles y envueltos por la magia de esta aldea medieval.
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Tempura ligera de verduras de temporada |
Empezamos nuestro festín con una tempura ligera de verduras de temporada, con brócoli, cebolla y zanahoria, crujientes y delicadas (12 €), y una pizarra de embutidos: con jamón del país, salchichón, terrina de campo (una especie de paté de carne contundente) y chorizo de Espelette (12 €). Como platos principales, también puedes disfrutar de unas chuletas, pierna o paletilla de cordero ecológico de Saint-Maurice-de-Navacelles, acompañadas de ensalada, verduras o patatas fritas caseras (25 €).
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L’Inattendue, propuesta gastronómica de inspiración hindú |
Por mi parte, acerté de lleno al dejarme tentar por L’Inattendue, una propuesta inesperada y sorprendente que me conquistó desde el primer bocado. Este sabroso viaje de inspiración hindú incluía una tarta salada de castañas con miel y cebolla, verduras salteadas con leche de coco y curry, un exquisito dhal de lentejas al estilo indio y una ensalada fresca con lombarda encurtida que aportaba el contrapunto crujiente y ácido (19 €). Un plato que me encantó no solo por su sabor, sino por su originalidad.
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Tarta de limón y merengue |
De postre, tuve la oportunidad de probar la tarta de limón y merengue (8’5 €), que logró conseguir un difícil equilibrio entre la acidez cítrica y la dulzura delicada del merengue tostado. La textura era ligera y el sabor, perfectamente armonizado, sin empalagar. Se sirve con una ración de nata montada casera, aunque en mi caso preferí degustarla sin ella. Un final refrescante para una comida que había comenzado con sabores intensos y terminó con una nota cítrica.
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