El antropólogo eventual

Yemen

La magia de un viaje, a menudo, reside en sensaciones experimentadas en diminutas unidades de tiempo. Recuerdo muchas de esas pequeñas y fugaces fracciones divididas en horas y minutos de muchos de mis viajes. Al final, aquellos momentos únicos e irrepetibles se convierten en la esencia viva del viaje. Quizás simplemente porque en el fondo, lo que no se busca te acaba encontrando. Los recuerdos de viaje forman parte de un viaje interior, mucho más largo que el que cualquiera puede desarrollar geográficamente y cuyo trayecto se va realizando sin pausa durante toda la vida. Yemen fue ese viaje que te transporta hacia un viaje interior más profundo, hasta la esencia más pura de uno mismo, un ser desconocido.

Yemen
Vista de Al- Kaipaipa

Uno de los días del circuito "Tras las huellas de Rimbaud" de la agencia de viajes Kananga, con los que realicé mi viaje al Yemen en agosto del 2006, incluía una parada sorpresa. Detuvimos los vehículos en  mitad del camino que partía desde Adén en la costa y que se dirigía en dirección a las montañas hasta Ta'izz (Taiz); la tercera ciudad más grande del país. Bajamos de los vehículos a la hora de comer y nos dispersamos en busca de la sombra de los árboles, de lo que me pareció parte de un campo de cultivo. Allí repusimos fuerzas con un fugaz picnic, cuyos ingredientes han quedado olvidados en mi memoria.


Yemen
Se buscan las manos más pequeñas para seleccionar las hojas más tiernas del qat

Unos niños que correteaban por la zona, fueron interceptados por nuestros chóferes, quienes les llamaron para realizar una de las tareas más importantes de los hombres yemenitas: la preparación de las hojas para masticar qat (un estimulante vegetal que es masticado durante horas hasta formar una  enorme bola que deforma la mejilla de los hombres). Las criaturas obedientes permanecieron acuclillados mientras separaban las hojas más tiernas de las que no servían, y rápidamente el manojo de brotes de qat quedó reducido a un montón de tiernas y “jugosas” hojitas verdes.

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La observadora cazada por un aventajado grupo de observadores yemenitas

Contemplaba la delicada escena tan abstraída que perdí la noción de lo que sucedía a mi alrededor hasta que levanté la vista. Un grupo de una veintena de niños se habían acercado hasta nuestro improvisado campamento y susurraban entre ellos subidos en lo alto de un pequeño montículo. La algarabía de los chiquillos estaba sabiamente atenuada por la educación y el respeto que le tienen a los mayores. Permanecían expectantes y concentrados mirando a aquellos extranjeros y extranjeras sin velo que habían llegado a las inmediaciones de su diminuto pueblo. Risas, murmullos y grandes dosis de entusiasmo quedaban reflejados en varias docenas de brillantes ojos que no podían apartar su mirada de nosotros.

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Abdo Qailan fue mi maestro de la cultura yemenita

Abdo Qailan, nuestro conductor, se había situado a un lado de la escena, vigilante de esa diminuta unidad de tiempo vivida en Yemen. Aunque sin querer formar parte de ella, los antropólogos no pueden evitar cambiar la esencia original de cualquier sociedad que observan. Como si de un experimentado antropólogo se tratara, Abdo intentó que aquel contacto, entre dos mundos tan distintos, no se contaminara, pero sí que esos mundos pudieran tomar consciencia de la existencia de ambos.

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