Ruta por Collioure: anchoas, vino y gastronomía catalana

Vista de Collioure desde el mar, con el campanario de Notre-Dame-des-Anges dominando el paisaje

Collioure huele a mar, a viñedos soleados y a cocina mediterránea. En sus calles estrechas pavimentadas de guijarros se descubren historias centenarias, como la tradición de las anchoas que ha dado fama a la villa y que aún perdura gracias a Anchois Roque, o el vino que madura entre terrazas mirando al mar y que acabará religiosamente en el Cellier Le Dominicain. 

La gastronomía de Collioure refleja la creatividad de los nuevos chefs

Hoy, la gastronomía local combina la herencia catalana con nuevas propuestas que sorprenden al paladar: desde los sabores renovados del restaurante La Mamma, hasta la cocina catalana del Restaurant Le Jardin de Collioure. Esta ruta por Collioure es apta para cualquier amante de la buena cocina y los vinos de calidad, acabando con un merecido descanso en la refinada quietud de La Casa Païral.

Anchois Roque: 150 años de tradición con un pequeño pez azul


Las barcas catalanas salían de noche iluminadas por lámparas para faenar

En Collioure, la anchoa es un símbolo cultural heredado de hace siglos, cuando este puerto catalán contaba con una intensa actividad pesquera con cerca de 200 barcas. Junto a la viña, la pesca sustentó a la población durante siglos. Hoy, de aquella flota de “barcas catalanas” apenas quedan unas pocas embarcaciones, más como símbolo que como herramienta de trabajo. 

Anuncio de Anchois Roque en Rue de la Démocratie

Anchois Roque fue fundada en 1870 por Alphonse Roque, el tatarabuelo del actual propietario, que fabricaba barriles de madera para la salazón de pescado. La empresa ha pasado por cinco generaciones y sigue siendo 100 % familiar: hijos, sobrinos, hermanos y cuñados trabajan codo con codo con Florent Roque, que nos recibe amablemente en una visita-degustación en el taller. En 2020, Anchois Roque celebró su 150 aniversario recibiendo el prestigioso sello estatal “Entreprise du Patrimoine Vivant”, que distingue la excelencia artesanal francesa.

Cómo se elaboran las anchoas y boquerones

Miembros de la familia Roque en el taller de elaboración de anchoas (c. 1950)

Históricamente, la salazón fue el método de conservación por excelencia, no solo de la anchoa, sino también de las sardinas y el atún. La producción en Anchois Roque mantiene el método artesanal de antaño: filetes enteros, sin centrifugado, secados y madurados lentamente a baja temperatura para desarrollar aroma y consistencia. Aquí se descarta la maduración rápida y salada que se practica en otros países como Marruecos. 

La tradición y el saber hacer siguen intactos en Anchois Roque

El proceso sigue siendo manual y minucioso: tras seis meses de maduración en sal, a baja temperatura (8 °C), las anchoas pasan por las manos expertas de las fileteadoras, en un proceso artesanal donde los filetes se limpian, se secan con papel absorbente y se envasan en aceite de girasol u otro aceite neutro, como el de colza, para no alterar su sabor. Bien conservadas a menos de 15 °C, mantienen mejor su aroma y textura hasta 18 meses. Cada año se procesan unas 200 toneladas de pescado fresco para obtener menos de 100 toneladas de producto final.

Degustación de boquerones en Anchois Roque

La destreza de las anchoieuses, que trabajan a mano desde el salado hasta el envasado, se mantiene intacta en la Maison Roque, la salazón más antigua de Francia aún en activo. Una sobadora de anchoas puede elaborar ocho kilos de filetes en cuatro horas. El boquerón, de sabor más suave y fresco, se prepara de forma muy distinta a la anchoa: el filete fresco de boquerón se marina una noche en vinagre y aceite. Se debe conservar a menos de 4 °C y consumirse en un plazo de 56 meses.

Los retos actuales y la IGP


Gran parte de la materia prima procede de las costas atlánticas

El principal reto ahora mismo es la materia prima. Desde los años 2000, la escasez de anchoa en el Mediterráneo por la falta de fitoplancton nutritivo, da lugar además a ejemplares adultos más pequeños. Lo que obliga a importar desde hace 20 años parte de las anchoas del Cantábrico, Portugal y, puntualmente, de Argentina, aunque siempre procesando el pescado en Collioure. En 2003 se reconoció la IGP “Anchois de Collioure”, pero las normas han quedado desfasadas. Requisitos como la maduración a 25 °C chocan con la legislación sanitaria francesa, haciendo inviable la certificación

Taller de salazón de anchoa en la primera mitad del siglo XX

A mediados del siglo XX Collioure contaba con una treintena de salazoneras que empleaban a unas 2.000 personas; hoy en Collioure solo quedan dos que mantienen viva esta tradición más que centenaria de la salazón de anchoa, Anchois Desclaux y Anchois Roque, ambas en lucha por adaptar la denominación a la realidad actual. Su producción se destina casi en exclusiva al mercado francés, mientras que en Catalunya la anchoa de L’Escala, muy similar en sabor y tradición, domina el mercado local.

El presente de Anchois Roque 

Pequeños caprichos de la tienda de Anchois Roque que nos llevamos a casa

En la tienda de Anchois Roque, verdadero templo del sabor marinero de Collioure, se despliega una amplia gama de productos que van desde las conservas de pescado —anchoas a la sal, filetes en aceite, boquerones en vinagre, cremas untuosas como la anchoïade y aceitunas rellenas— hasta especialidades regionales como la tapenade o el corail d’oursin (huevas de erizo). A ello se suma una cuidada selección de productos de la tierra: vinos, aceite de oliva y el célebre vinagre de Banyuls

Colocando las anchoas sobre papel absorbente, paso clave de su elaboración artesanal

Justo encima de esta auténtica despensa gourmet se encuentra el taller pedagógico donde los visitantes pueden ver de cerca el arte de la elaboración de la anchoa, mientras escuchan las historias y secretos de este pequeño tesoro azul. Por desgracia, la demanda ha convertido a la anchoa en un producto casi de lujo, aunque en Roque defienden que debe seguir siendo popular: un placer para ocasiones especiales, pero accesible.

La Anchoa de Collioure


Anchoa de Collioure, curada artesanalmente según una tradición centenaria

En la mesa, las anchoas son protagonistas de la gastronomía catalana: en tapas, sobre pan tostado o acompañadas de vinos locales como el Collioure o el Banyuls. Más que un simple producto, las anchoas son un pedazo de historia de aquí, que los viajeros pueden llevarse en un tarro, con el sabor intenso y la paciencia de una tradición centenaria. Aunque Collioure es célebre por su luz y su historia milenaria, fue un pez mucho más modesto, la anchoa mediterránea, el que le dio prosperidad.

La Salade de Collioure

Durante siglos, las barcas catalanas faenaron de noche, y a finales del siglo XIX y principios del XX, la salazón de este pescado se convirtió en una verdadera industria que puso a Collioure en el mapa gastronómico. Maison Roque recomiendan degustar La Salade de Collioureanchoas acompañadas de pimiento rojo escalivado, huevo duro y aliñarlo con un buen aceite de oliva, ajo, perejil y un poco de vinagre de Banyuls, una combinación que suaviza la salinidad y realza los matices de las anchoas.

Más información: Anchois Roque. Dirección: 17 Route d’Argelès, 66190 Collioure. Teléfono: + 33 (0) 468 820 499. Horario de las visitas y degustaciones gratuitas: De lunes a viernes de 8:15 a 11:45 y de 14:05 a 16:45 h. Web: Anchois Roque

Restaurante La Mamma


Pescado del día con espárragos verdes y rebozuelos

En Collioure, el restaurante La Mamma ha cambiado de chef y la transformación en sus platos ha sido radical. Adiós a la gastronomía italiana y hola a la filosofía locavore: cocinar con productos de proximidad, frescos y de temporada, apoyando a productores locales y reduciendo al mínimo la huella ecológica

Magnífica vista de Collioure desde el restaurante La Mamma

La Mamma se ha convertido en un templo gastronómico con sus terrazas abiertas al Mediterráneo y a la mejor panorámica de Collioure, donde ahora comer bien y sorprenderte será casi un ritual al alcance de todos los paladares. Al frente, el chef Florian Rossignol crea platos que celebran el producto catalán más fresco, combinando toques de mar y montaña con combinaciones creativas espectaculares. 

Albóndigas de cordero con calamar rojo y guisantes

La carta cambia con frecuencia, siempre fiel a la estacionalidad y al sabor auténtico de los productos. La experiencia se completa con una bodega que, apuesta por vinos de pequeños productores de la Catalunya Nord y Sud, además de un bar que sirve cócteles clásicos y creaciones exclusivas inspiradas en ingredientes locales. 

Anchoas de la casa marinadas con vermut

Entre los platos que pudimos degustar, se llevaron las mejores críticas las anchoas de la casa marinadas con vermut (14 €), los delicados buñuelos de pescado con mayonesa de miso y salsa verde (15 €), el sorprendente pulpo de Ardeles con sobrasada y albaricoques (21 €), el atún rojo con agua de zanahoria y pimienta de Sichuan que aporta ese toque cítrico, floral y cosquilleo característico (19 €). 

Raviolis de langosta en caldo de carcasas con albahaca tailandesa

En mi caso, me decanté por unos deliciosos raviolis de langosta en caldo de carcasas con albahaca tailandesa (24 €). Las explosivas combinaciones siguieron también en los segundos platos con combinaciones tan audaces como albóndigas de cordero con calamar rojo y guisantes (34 €), o pescado del día con espárragos verdes y rebozuelos (35 €). 

Helado de frambuesas con stracciatella catalana y gaufrette de vainilla

Para el final, postres que reinterpretan la tradición catalana, como la crema catalana con fresas y Byrrh (13 €)os dejo un enlace por si no conocéis este aperitivo francés creado en 1866 en Thuir, helado de frambuesas con stracciatella catalana y gaufrette de vainilla (13 €), la mezcla golosa del chocolate con praliné de cacahuetes y hierbas marinas (14 €) o el queso del día (12 €).

Más información: La Mamma Restaurant. Dirección: 15 Route de Port-Vendres, 66190 Collioure. Teléfono: + 33 (0) 411 300 755. Web: La Mamma

El convento de los dominicos frente al mar 

Grabado de 1668 con el convento de los dominicos a la derecha de St. Elme

A finales del siglo XIII, Collioure vivía un momento de esplendor: la pesca, la agricultura y el comercio marítimo convertían la villa en un lugar próspero y diverso. En este contexto, el joven reino de Mallorca favoreció la fundación de un convento de frailes dominicos. En 1290, se concedieron los permisos para la instalación de la orden en Collioure, gracias a la donación de una casa y terrenos en el barrio del Port d’Avall por parte de Guillaume Puig d’Orfila, allegado del rey Jaime II

Convento de los dominicos, con la letra K, en el plano de Collioure de Pontault de Beaulieu (c. 1668)

El Convento de los Dominicos se levantó fuera de las murallas, al pie de la montaña, donde convergen dos riachuelos, y muy cerca del Mediterráneo. Los planos del siglo XVII muestran una iglesia con campanario y un edificio cuadrangular adyacente que probablemente fue su claustro. Alrededor de la iglesia se extendían las dependencias conventuales, delimitadas por un muro de cierre que protegía la vida monástica. La primera comunidad estuvo formada por catorce frailes y dos conversos.

La iglesia de los dominicos 

La iglesia de los dominicos de Collioure fue levantada a orillas del Mediterráneo

La iglesia de los dominicos de Collioure, construida entre finales del siglo XIII y comienzos del XIV, nació como parte de este ambicioso conjunto monástico que miraba al mar. Aunque su estado original se ha perdido, aún conserva huellas de su grandeza medieval. Su cabecera, orientada de forma poco común hacia el sur, se reduce hoy a un muro de mampostería. En su origen contaba con dos portales en mármol blanco de Céret, reconocible por sus vetas grises.

Cabeza sobre el arco apuntado del portal principal de la iglesia dominica

El portal principal, al norte, orientado hacia el corazón de la villa, fue tallado hacia la primera mitad del siglo XIV. De arco apuntado y doble arquería, mantiene una decoración discreta: una moldura sencilla recorre el intradós y descansa sobre ménsulas esculpidas con hojas estilizadas. Aunque su deterioro impide identificarlo con precisión, sobre el arco, se ve un rostro masculino añadido en el siglo XVIII. El contraste entre el mármol blanco y los muros de esquisto oscurecidos por el tiempo realza la fuerza visual de esta entrada gótica

Nichos funerarios junto a la entrada principal de la iglesia de los dominicos

El otro más pequeño situado al oeste, está ubicado entre dos contrafuertes, que comunicaba directamente con el claustro. Junto al portal se abren dos nichos funerarios de arco apuntado, tallados en mármol de Baixas, un material de tonos azulados. Estos nichos conservan escudos heráldicos de las familias que aquí fueron enterradas, entre ellos blasones ondulados y cruces flordelisadas. Algunos investigadores han identificado en ellos posibles referencias a linajes locales como los Ribes, Ribera o Aulomar, mencionados en documentos del siglo XIII y XIV. 

Los jacobinos durante la Revolución Francesa se instalaron en el convento de los dominicos

Otros escudos muestran símbolos vinculados a apellidos de la región, como un búho (òliba) o un árbol, alusiones que remiten a nombres comunes en la época: encina (alzina), alcornoque (garric) u olmo (om). Documentos del siglo XVII relatan cómo sus capillas se enlucían o cómo algunas se transformaban en almacenes de harina o depósitos militares a principios del siglo XVIII.  

Claustro del antiguo convento dominico, hoy testimonio de un pasado desaparecido

La primera mención conocida del alquiler de locales en el recinto del convento data de esa época, parte del convento de los dominicos fue alquilado al ejército francés para albergar carruajes de artillería (1702-1704), y también para almacenar madera y otros materiales, e incluso se instaló una forja (1717). Con la Revolución Francesa llegó la desamortización. Después de cinco siglos al servicio de la religión, la iglesia fue desconsagrada y utilizada como almacén, mientras el convento se desintegraba en ventas en lotes a particulares y derribos. 

Galería del antiguo convento de los dominicos en el Museo de Arte Moderno de Collioure

La transformación definitiva llegó en 1926, cuando la antigua iglesia fue subastada y adquirida por los viticultores de Collioure para instalar la cooperativa que hoy conocemos como Cellier Le Dominicain. Algunos restos del claustro, formado por cuatro galerías de arcos apuntados sobre columnas finas, también sobrevivieron a las vicisitudes del tiempo: dos fueron destruidas tras la Revolución Francesa, otra saqueada por traficantes de arte sin escrúpulos. 

Anuncio en Le Figaro del 19 de agosto de 1952 de la subasta del claustro en el Château Brindos

La cuarta galería acabó arrancada piedra a piedra y vendida en 1931 a un acaudalado inglés, Reginald Wright, quien deseaba añadir algunas piezas antiguas a su flamante propiedad en el lago Brindos, en Anglet, cerca de Biarritz. No fue hasta 1995 que esta última galería regresó a Collioure, donde fue reconstruida en los jardines del Museo de Arte Moderno en 1998. Otros restos como ménsulas, arcos y portales de mármol quedaron ocultos en viviendas y edificios levantados sobre el solar del convento.

La nave 

Arcos transversales y cubierta de madera en la nave de la iglesia de los dominicos

La nave de la iglesia dominica de Collioure, de una sola planta, impresionaba por sus dimensiones: unos 43 metros de longitud y cerca de 20 metros de altura, que, sumados al ábside, posiblemente poligonal, alcanzaban casi 50 metros. Las capillas laterales, abiertas entre los contrafuertes, siguen un modelo habitual en las órdenes mendicantes desde el siglo XIII, donde cofradías o familias encargaban pequeños espacios privados de oración. 

La tienda del Cellier Le Dominicain está situada en una de las capillas de la iglesia de los dominicos

Se han conservado cinco capillas (dos al este y tres al oeste), aunque se cree que pudieron existir algunas más de distintos tamaños. Este diseño, con una nave única, capillas laterales y un ábside del que hoy apenas queda el arco triunfal, inscribe a la iglesia de los dominicos en el contexto del gótico meridional. Con el paso del tiempo, el interior sufrió transformaciones radicales. La más evidente fue la instalación de dos niveles para almacenar las cubas y barricas de la cooperativa vinícola. 

Decoración escultórica de las ménsulas de las antiguas capillas

El volumen único de la nave desapareció, pero aún hoy, desde la galería superior, es posible distinguir los arcos de crucería, los canecillos esculpidos de las capillas laterales y la techumbre de madera. En las vigas más cercanas al antiguo coro sobrevive incluso una delicada decoración pintada: flores de ocho pétalos inscritas en círculos alternan con las armas heráldicas de Collioure —un castillo de tres torres—, restos de la policromía original del edificio. 

Ventana y clave de bóveda de la antigua iglesia

La decoración escultórica de la iglesia de los dominicos de Collioure es sobria, casi discreta, en consonancia con el ideal mendicante: las ménsulas son tipo cul-de-lampe (consola saliente en voladizo), mientras que algunas claves de bóveda conservan motivos vegetales, como las hojas de roble dispuestas en roseta, o escudos lisos que habrían estado pintados. En bases e impostas aparecen relieves de cabezas humanas, ornamentos vegetales y escudos.

Ornamentos vegetales que recuerdan tréboles de tres hojas

Si nos fijamos en los rostros femeninos llevan velo, a veces acompañado de cofia con cinta o birrete, sujetado con un tocado típico de damas nobles y burguesas entre finales del siglo XII y el XIV llamado barbette: una tira de tela que pasaba bajo el mentón y sujetaba el tocado o velo femenino. 

Ménsula de la primera capilla oriental, hoy en la recepción del Cellier Le Dominicain

Los rostros masculinos llevan media melena, de puntas rizadas o lisas, en corte degradado propio hacia 1300. Aunque de modelado simple, los rostros —con ojos saltones, narices anchas y bocas apenas perfiladas— revelan diferencias de estilo que permiten reconocer al menos tres autores distintos, activos entre finales del XIII y la primera mitad del XIV.

El Cellier Le Dominicain: de convento a bodega cooperativa


Entrada al Cellier Le Dominicain

Desde 1926, la antigua iglesia dominica de Collioure se convirtió en la cooperativa vinícola del pueblo. Así nació el Cellier Le Dominicain, nombre que rinde homenaje a los frailes que levantaron este espacio monumental, hoy animado por el esfuerzo de unos 130 viticultores. Dicen que es la bodega más bella de la Costa Bermeja y razón no les falta. Aunque el interior fue completamente transformado para adaptarlo a las necesidades de la bodega: se levantaron cubas de cemento, se añadió un segundo piso y se instalaron prensas y depósitos de acero y plexiglás, hay cierto aire espiritual conservado entre estas paredes. 

En la antigua iglesia de los dominicos, reposan las barricas del Cellier Le Dominicain

Aquí nacen dos denominaciones de origen únicas: Banyuls, célebre vino dulce natural con denominación reconocida en 1934 (aunque su tradición es mucho más antigua), y Collioure, con tintos (1971), rosados y blancos, elaborados en suelos de esquisto que otorgan mineralidad y carácter. El Banyuls se obtiene gracias a la técnica de la mutación, descubierta en la Edad Media por Arnau de Vilanova: durante la fermentación se añade alcohol vínico neutro, interrumpiendo el proceso y conservando el azúcar natural de la uva. 

Antigua postal del viñedo de Collioure donde se menciona la bodega Veuve Jh. Banyuls

La garnacha —en sus variantes tinta, blanca y gris— domina el 70 % de la producción, acompañada por variedades como syrah, monastrell o vermentino. En total, los socios cultivan unas 140 hectáreas en terrazas de esquisto que descienden abruptamente hacia el mar. El trabajo es duro y artesanal: las laderas escarpadas impiden la mecanización, de modo que la vendimia se hace a mano, racimo a racimo, cargando las cestas a hombros entre terrazas asomadas al Mediterráneo. 

Herramientas tradicionales de la vendimia en el pequeño museo del Cellier Le Dominicain

La cooperativa mantiene un espíritu colectivo a pesar de que tres o cuatro viticultores concentran el 60% de la producción. “Aquí todos remamos en la misma dirección”, dicen con orgullo, incluso en tiempos difíciles. La sequía, que desde hace cuatro años castiga la región, ha reducido drásticamente los rendimientos: de los 40 hectolitros por hectárea que exige el reglamento de la denominación de origen, apenas se alcanzan entre 10 y 15. 

Antigua prensa de uva, testigo del trabajo artesanal en la bodega

Durante nuestra visita al Cellier Le Dominicain, pudimos descubrir de primera mano cómo se trabaja la uva que llega de los viticultores, muchos de ellos propietarios de pequeñas parcelas heredadas de sus abuelos o abuelas. Cada día se dedica a una variedad distinta: un lunes puede entrar la garnacha, el martes la syrah, el miércoles el monastrell… Todo se registra con precisión en un cuaderno. La vendimia se pesa, se mide el grado de azúcar y, desde allí, la uva se envía por largas mangueras hasta la prensa, situada al fondo de la bodega. 

Barricas de Cru de Banyuls en el Cellier Le Dominicain

Tras eliminar impurezas como raspones, hojas o pepitas, la uva pasa directamente a la cuba, según el tipo de vino que se vaya a elaborar. En el caso de los tintos, el grano se fermenta entero con su piel: es el contacto de la pulpa blanca con la piel lo que aporta color y taninos, un proceso conocido como maceración pelicular. Así, un rosado no es más que un vino tinto al que se le retira la piel poco después, para que no adquiera demasiado color. 

Bóvedas ennegrecidas por los vapores del vino: la “parte de los ángeles”

Descubrimos bajo las bóvedas ennegrecidas por los vapores del vino —la llamada “parte de los ángeles”—. Aquí reposan barricas donde algunos Banyuls y Collioure maduran pacientemente. En algunas de ellas se conserva un vino viejo que sirve de base para el Banyuls Hors d’Âge. Cada vez que se embotella, se extrae un 20 % de esa mezcla y se completa con vinos más jóvenes, siguiendo el sistema de solera. El resultado es un vino sin edad, complejo y profundo, considerado un auténtico postre.

Aquí se crían los Banyuls ambré, cargados de historia y paciencia

Mientras, al otro lado, las damajuanas de cristal reposan bajo el sol para criar los Banyuls ambré, vinos blancos que tras tres años de oxidación natural se convierten en líquidos de ámbar brillante. Los visitantes españoles, al saborear un Banyuls, suelen decir entre risas “¡Se parece al vino de misa!”. Quizá —bromeamos en la bodega— el espíritu de los dominicos siga elaborando vino... y luego cada uno celebrará su misa en casa.

Cata de vinos en el Cellier Le Dominicain


Edición especial de botellas del Cellier Le Dominicain

Entre muros cargados de siglos, donde aún se adivina la pureza de la arquitectura gótica, se elaboran los vinos de Collioure y los vinos dulces Banyuls que perpetúan la tradición vinícola de esta tierra. Así damos inicio a la cata de vinos en el Cellier Le Dominicain:

Le Dominicain Padreils Collioure 

Imagen antigua de la vendimia cerca de Collioure

Comenzamos la cata con Le Dominicain Padreils Collioure 2023, un blanco con denominación de origen protegida que lleva el nombre de un paraje natural de Collioure donde se cultivan sus viñas. En estas terrazas de esquisto, abiertas entre el mar y la montaña, maduran las variedades que componen este cuvée Collioure Blanc: 60 % garnacha blanca, 20 % garnacha gris, 15 % vermentino (también llamada "Rolle") y un toque de 5 % de roussanne.

Le Dominicain Padreils Collioure es perfecto para acompañar el aperitivo, pescados o mariscos

El vino nace de vendimia manual y se cría en cubas de cemento hasta su embotellado en marzo. El resultado es un vino blanco de color dorado, con un aroma sutil a flores blancas y cítricos que se prolonga en boca con frescura, equilibrio y una nota mineral ligeramente avainillada. Perfecto para un aperitivo, revela toda su armonía con pescados a la plancha o marisco fresco. Además, sorprende por su excelente relación calidad-precio: 12 € en bodega.

Le Dominicain Saint Dominique Collioure


Representación de Santo Domingo por Lucas van Leyden (1512-1516)

El segundo vino de la cata nos conecta directamente con la historia del lugar: Le Dominicain Saint Dominique Collioure, un tinto que rinde homenaje a Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), fundador de la orden dominica en 1216. Se trata de un coupage de 70 % syrah y 30 % garnacha negra, criado durante 12 meses en barricas de roble nuevas. A la vista muestra un profundo color granate con reflejos casi negros.

Le Dominicain Saint Dominique Collioure es ideal para acompañar platos de carne

En nariz, Saint Dominique despliega una intensidad marcada de grosella negra, cacao y un delicado toque de vainilla. En boca es amplio y sedoso, con un equilibrio perfecto entre la madera y la fruta roja madura, que se prolonga en una final elegante y delicioso. Un tinto de alta gama, ideal para acompañar un magret de pato o un buen filete de buey, que refleja la unión entre tradición e innovación de la bodega. Disponible en la cooperativa a 26 € la botella.

Le Dominicain René Perrot Banyuls blanc 

René Perrot (1958)

El tercer vino de la cata nos lleva al universo de los vinos dulces naturales con Le Dominicain René Perrot Banyuls blanc (AOP Banyuls 2023). Su etiqueta rinde homenaje al artista René Perrot (1912-1979), pintor y ceramista francés que descubrió Collioure en 1945 y que plasmó en 1954 una imagen inusual del pueblo cubierto de nieve. La cooperativa perpetúa así su colección dedicada a los pintores que vivieron en Collioure y se dejaron inspirar por la luz mediterránea.

Le Dominicain René Perrot Banyuls se recomienda servir frío

Elaborado con 60 % de garnacha blanca y 40 % de garnacha gris, este Banyuls blanco ofrece una brillante tonalidad amarillo pajizo y aromas intensos de cítricos y miel de acacia. En boca es delicado y sedoso, con la dulzura justa para acompañar servido frío, desde el aperitivo, un foie gras o un queso de cabra o un queso de oveja, hasta postres como una crema catalana, sorbete de mandarina o tarta de manzana, pera o melocotón. Un vino dulce con carácter propio, que se encuentra en la cooperativa a 14,50 € la botella.

Le Dominicain. Saint Vicent Ferrier


Representación de San Vicente Ferrer (S. XVIII)

El cuarto vino que probamos fue Le Dominicain Saint Vincent Ferrier Banyuls Ambré (AOP Banyuls 2020). Su nombre rinde homenaje a Vicente Ferrer (1350-1419), célebre dominico conocido por sus predicaciones públicas. Este Banyuls ambré, elaborado con 70 % garnacha blanca y 30 % garnacha gris, se distingue por su peculiar crianza: la mitad del vino envejece en barricas de roble, mientras que la otra lo hace en damajuanas de cristal expuestas al sol durante tres años.

Le Dominicain Saint Vincent Ferrier Banyuls Ambré notas de naranja y frutos secos

El contacto con los rayos UV da como resultado un vino de color ámbar brillante con reflejos dorados, elegante en boca con aromas frutales en brandy y un final con un toque de naranja confitada, sorprendentemente versátil. Puede servirse a 12-14 °C y marida perfectamente con un queso de cabra sobre tostada caliente, un foie gras o la clásica tarta tatin. Su precio en bodega: 17 €.

Le Dominicain. Cuvée Augustin Hanicotte


Augustin Hanicotte, artista que inmortalizó la luz y el paisaje de Collioure

El quinto y último vino de la cata fue Le Dominicain Cuvée Augustin Hanicotte Banyuls Hors d’Âge (AOP Banyuls), un vino viejo y de carácter único. Su nombre rinde homenaje al pintor Augustin Hanicotte (1870-1957), gran amante de Collioure, cuyas obras también ilustran las etiquetas de esta colección dedicada a los artistas. El guiño se completa con las iniciales AH (Augustin Hanicotte) y HA (Hors d’Âge).

Trijntje Spaander, esposa de August Hanicotte, en Collioure

Elaborado con 70 % garnacha negra, 20 % garnacha gris y 10 % cariñena, es la máxima expresión de la paciencia y la tradición. Este Hors d’Âge (sin edad) no está ligado a una añada concreta: se alimenta de una base de vinos de más de 40 años, conservados en viejas barricas de crianza antiguas de roble húngaro que jamás se vacían, a la que se van añadiendo vinos más jóvenes ya criados. El resultado es un Banyuls de profunda complejidad, envejecido durante al menos 5 años. Su color es un oscuro color rojo teja, color café.

Le Dominicain Cuvée Augustin Hanicotte Banyuls Hors d’Âge

En nariz es intenso y rico en notas de frutos secos, higos, tabaco rubio y moka. En boca es untuoso y generoso, con recuerdos de higo, combinados con ciruela pasa y cacao que lo hacen inolvidable. Servido entre 12 y 14 °C, resulta un compañero ideal para postres de cacao o moka, pero también puede disfrutarse solo, lentamente, como vino de meditación… o incluso junto a un buen libro. Su precio en bodega: 25,5 €.

Más información: Cellier Le Dominicain. Dirección: Place Orphila, 66190 Collioure. Teléfono: +33 (0) 468 820 563. Horario: De abril a septiembre, de lunes a sábado, de 9 a 12:30 h y de 13:30 a 18:45 h. Domingo, de 10 a 13 h y de 15 a 18:45. De octubre a marzo, de lunes a sábado, de 9 a 12 h y de 13:30 a 18 h. Cerrado los domingos. Visitas guiadas todo el año bajo reserva previa. Web: Cellier Le Dominicain

Restaurante Le Jardin de Collioure


Huellas del convento dominico, visibles en el jardín de Le Jardin de Collioure

Donde antaño se alzaba parte del monasterio de los dominicos, hoy se encuentra el restaurante Le Jardin de Collioure. Son especialistas en caracoles y parrilladas, tanto de pescado como de carne. El restaurante cuenta con un espacioso jardín, un entorno singular donde verás una serie de esculturas. Pero quizás lo que más impresionan son los vestigios del antiguo convento del siglo XIII, que incluyen además de los muros de piedra, varios arcos apuntados originales 

Tapenade (olivada) de aceitunas negras de Le Jardin de Collioure

La carta es amplia y tentadora, con mariscos recién traídos del mar y recetas que rescatan los productos locales y también platos de la gastronomía catalana. No hace falta decir que la bodega de vinos del restaurante Le Jardin de Collioure cuenta con las variedades de Cellier Le Dominicain, a los que nos tiramos de cabeza.

Assiette de Collioure con ensalada, anchoas, pimiento y berenjena escalivados y huevo duro

Nuestra elección para los primeros platos comienza con la Assiette de Collioure (14,5 €), que se compone de ensalada verde acompañada de anchoas en vinagre, huevo duro, pimiento rojo y berenjena escalibada, acompañada por una tapenade de aceitunas negras, elaborada con alcaparras y anchoas, un guiño a la tradición provenzal que se ha integrado en la cocina catalana de los Pirineos Orientales.

Mejillones gratinados al vino viejo de Banyuls

Le siguieron unos mejillones gratinados al vino viejo de Banyuls (14 €), una receta cargada de carácter que refleja el vínculo entre el mar y los viñedos de la región. El festín continuó con diez gambas rojas a la plancha (22 €), sencillas pero irresistibles, preparadas únicamente con aceite de oliva y flor de sal.

Gambas rojas a la plancha, al aceite de oliva y a la flor de sal

Entre los platos que forman parte de las especialidades de Le Jardin de Collioure, podemos degustar una zarzuela de la casa (35 €), una mariscada real flambeada al Armagnac con gambas, calamares, navajas, mejillones, almejas y centollo (35 €) o la tradicional Cargolade de 30 o caracoles a la brasa (22-30 €).

Lasaña de dorada royal con colmenillas

Como plato principal me decanté por una lasaña de dorada royal con colmenillas (28 €). Las colmenillas (en francés morilles) son setas muy apreciadas en la gastronomía, aunque no son tan conocidas como los champiñones o los boletus. Su sabor intenso aporta un toque de sofisticación que realza la receta.

Milhojas con frambuesas

La carta de postres ofrece una amplia selección que va desde helados servidos en copa (10 €), hasta recetas tradicionales catalanas como la crema catalana (8,5 €) o un profiterol gigante (10 €). Entre tanta tentación, me decidí por un delicado milhojas con frambuesas (8,5 €), un postre delicado donde las capas crujientes de hojaldre se combinan con la frescura ácida de la fruta roja.

Flambeando una crêpe suzette con Grand Marnier

La icónica, Crêpe Suzette flambeada al Grand Marnier (12,5 €), un postre clásico de la gastronomía francesa, preparado ante nuestros ojos con un ritual que nunca pasa de moda. Una fina crêpe bañada en una salsa a base de mantequilla, azúcar, zumo de naranja y Grand Marnier (licor de naranja), que sorprende cuando se flambea en el momento de servir.

Más información: Le Jardin de Collioure. Dirección: 4 Route de Port-Vendres, 66190 Collioure. Teléfono: + 33 (0) 468 951 252. Horario: Abierto diariamente de 9 a 22 h. Disponen de un pequeño aparcamiento privado. Web: Le Jardin de Collioure

La Casa Païral


La Casa Païral: de hogar familiar a refugio con encanto

En nuestro viaje a Collioure nos alojamos en el Hotel Casa Païral (en referencia a la casa familiar catalana heredada por el primogénito varón de la familia, donde antiguamente vivían tres o cuatro generaciones de la misma familia en la misma casa), construida hacia 1870 por M. Espériquette, un catalán que tenía un saladero de anchoas y estaba enamorado del pueblo. 

Postal antigua de la Casa Païral

De hecho, venía a pasar aquí los veranos con su familia y en la habitación número 3 nacieron sus hijos. Conocida entonces como “el château”, fue la primera vivienda de Collioure con tejado de zinc. Aislada del bullicio, ya entonces su jardín y el gran magnolio ofrecían un refugio íntimo y silencioso. 

Mi habitación en la Casa Païral

Convertida primero en pensión y, más tarde, en hotel, la propiedad fue adquirida en 1970 por Guy Lormand. Fue él quien, junto a amigos y a sus propios hijos, excavó a mano la piscina que hoy se esconde en el patio, inaccesible a las máquinas. La mansión se transformó en un hotel con 27 habitaciones, dos de ellas suites, situadas en el espacio donde antaño la familia Espériquette tendía la ropa. 

Salón de lectura de la Casa Païral: lámparas de época y cómodos sillones que invitan a soñar

Nada, o casi nada, ha cambiado en 155 años. El nombre, Casa Païral, resume bien su espíritu: no es tanto un hotel como una casa familiar que parece detenida en el tiempo. Los muebles de los años 30 y 40, la llamada “chambre de grand-mère” con su decoración pulida y acogedora, el gran salón de lectura con lámparas de los años 30 y cómodos sillones, invitan a una hospitalidad de otra época. 

Magnolio centenario de la Casa Païral, emblema del jardín y su historia

Aquí se respira un aire de casa de huéspedes, que recuerda con cariño a la casa de la abuela cuando la visitábamos de pequeños. El auténtico corazón de la Casa Païral late en su jardín. Desde la escalera adornada con azulejos de peces y flores, se desciende hacia un magnolio de 120 años, árbol tutelar del lugar, tantas veces pintado o descrito por los huéspedes que se ha convertido en emblema vivo del hotel. 

Fachada cubierta de jazmín estrellado en el segundo edificio de la Casa Païral

Bajo su sombra se mezclan margaritas, hortensias, jazmines y glicinas centenarias, componiendo un auténtico oasis escondido en pleno centro de Collioure, a dos pasos del puerto y del castillo real. También destaca una impresionante pared verde de jazmín estrellado que cubre por completo la fachada del segundo edificio del hotel, construido en la década de 1950, donde me alojo. 

Fuente del jardín de la Casa Païral rodeada de flores

La Casa Païral es, en definitiva, una de esos alojamientos donde sientes que nada ha cambiado y todo sigue de moda. Aquí uno puede permitirse ser niño, pintor o poeta, o simplemente dejarse llevar por el letargo de no hacer nada, tan solo contemplar, escuchando el sonido de los pájaros, el rumor del agua en la fuente o intentar adivinar el perfume de las flores que se encuentran en el jardín. 

Piscina climatizada de la Casa Païral, un oasis de relax en pleno centro de Collioure

Del jardín nos trasladamos a la piscina; el paseo sobre un camino de grava culmina junto a una hilera de tumbonas bajo una glicina centenaria, que ofrece sombra y un delicado perfume. A un lado, una alameda de bambúes convierte el acceso desde el aparcamiento en un pasaje casi secreto. La piscina, de 1,08 a 1,70 metros de profundidad, está climatizada a 27 °C, invitando a sumergirse en el relax y el aturdimiento. 

Rincones llenos de historia y elegancia en la Casa Païral

Un rincón donde dejar que el tiempo se esfume mientras se escucha el murmullo del agua y se contempla la danza de la luz entre las hojas y las flores. La piscina, rodeada de vegetación y calma, es un remanso de tranquilidad. La verdadera belleza del hotel Casa Païral reside en su capacidad de combinar historia, naturaleza y descanso en perfecta armonía.

Más información: Hôtel Casa Païral ****. Dirección: Impasse des Palmiers, 66190 Collioure. Teléfono: + 33 (0) 468 820 581. Disponen de aparcamiento privado, algo muy recomendable en esta ciudad. Web: Hôtel Casa Païral

Toda la información generada en redes sociales sobre esta escapada a Collioure puede consultarse a través de los hashtags #visitPO #ToutEstIci #PyrénéesOrientales y #PaysCatalan.

Qué más ver cerca

Anse de Paulilles:  Explora la “explosiva” bahía de Paulilles y adéntrate en el taller de barcas catalanas cerca de Port-Vendres.

Canet-en-Roussillon: A tan solo 20 km de Collioure, este encantador pueblo costero ofrece una playa de 9 km de fina arena, y el innovador acuario Oniria.

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