Desde que me inscribí en
el encuentro de blogueros y blogueras de #TBMCatsur de Travel Bloggers Meeting, las opciones por dar a conocer el trabajo que realizamos los
apasionados de los viajes, no ha dejado de crecer.
Hoy me uno a la divertida
iniciativa de HostelBookers.com -con su Hashtag: #HostelTMB- que nos desafía a describir el hostel de nuestros sueños, teniendo
en cuenta una anécdota personal. Esta es pues, mi candidatura para
el concurso de HostelBookers en el #TBMCatsur:
Elegir un alojamiento
siempre es una cuestión de riesgo, un juego de azar que nos expone a
la interrogación del lugar, las comodidades e incluso al transporte
de cómo llegar. Recuerdo que siendo una adolescente en un viaje por
el País Vasco francés, se nos hizo de noche cerca de Pau.
Por aquél entonces ni disponíamos de GPS, ni de teléfono con
conexión a Internet, ni tan siquiera una guía en papel. Viajábamos
con un mapa de carreteras “de los de toda la vida” y haciendo
muchos kilómetros en coche, hasta llegar a aquellos lugares que
habíamos visto en televisión. Parábamos cuando teníamos hambre y
seguíamos camino después de comer.
Estábamos en el viaje de
regreso a casa y teníamos que buscar dónde dormir, en esa eterna
cuestión entre hombres y mujeres de: “estamos a punto de llegar”
y “baja y pregunta” que tenían mis padres, conseguimos encontrar
un bar de carretera que además de ofrecernos una fugaz cena, nos
indicaría lo perdidos que estábamos de cualquier población con un
mínimo de infraestructura hotelera. El dueño se debió apiadar de
mi padre, sobretodo por la bronca monumental que podía caerle de mi
madre, y nos comentó que conocía a un hombre soltero que vivía en
una casa muy grande. Su madre había fallecido recientemente y la
casa disponía de muchas habitaciones. El mesonero estaba casi seguro
que aquel hombre nos podía acoger por una noche, sin problemas.
Han pasado muchos años
desde aquella aventura pero aún recuerdo la experiencia, así que si
tengo que describir el hostel de mis sueños lo haría con los
detalles de aquel fantástico lugar, mezcla entre Las Crónicas
de Narnia y Psicosis.
La casa era tipo masía,
con paredes suaves pero irregulares de color blanco, tras un gran
portón de madera rústica con herrajes oxidados, apareció un hombre
alto y fornido con un candil en la mano. Tras explicar nuestra
situación, accedió muy amablemente a dejarnos dormir en su casa. El
suelo de las habitaciones era de losas de cerámica sin pulir, una
pequeña bombilla de la época de Thomas Alva Edison iluminaba
levemente la estancia que carecía de calefacción. El dueño nos
había traído un montón de mantas tejidas a mano que aún
conservaban el olor a cabras y ovejas. Las camas eran enormes, hechas
de madera oscura con el cabecero torneado y de una altura
considerable. El colchón estaba relleno de lana y una vez conseguías
subirte a la cama te quedabas “rodeado de colchón”; imposible
darte la vuelta. Un orinal, una palangana y una jarra de hierro
esmaltado hacían las veces de aseo, aunque también había
disponible un baño al final del pasillo.
No fue hasta la mañana
siguiente con la luz del día entrando a raudales por la ventana, que
me percaté de los dos gigantescos armarios roperos de la habitación,
estaban cerrados con llave y no pude mirar en su interior, pero estoy
segura que escondían tesoros de otras épocas, de hecho sólo había
que contemplar con cariño aquel improvisado hotel del siglo XIX.
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